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PUPITRE AL FONDO

BLANCA F. GÓNGORA | Opinión | 22/02/2018

MAESTROS ARMADOS: ¿CÓMO SE LE OCURRE SEÑOR TRUMP?

La matanza de los estudiantes  en Florida nos ha dejado perplejos una vez más por tan dolorosa realidad.  A raíz de esto, el presidente Donald Trump  sugirió que algunos profesores porten armas  en las escuelas para responder así rápidamente ante una agresión. Esta sugerencia me deja también perpleja: no puede ser posible una propuesta de acción así  para resolver o evitar problemáticas de ese tipo. Lo rescatable es la respuesta,  mayoritariamente de rechazo,  que tuvieron incluso los  padres de familia de estudiantes asesinados en ese o en anteriores tiroteos, como bien lo dijo Mark Barden, padre de un estudiante asesinado en la masacre de la escuela primaria Sandy Hook en Connecticut: “Los maestros tienen más que suficientes responsabilidades en estos momentos como para cargar con la enorme responsabilidad de tener que usar la fuerza letal para acabar con una vida”

Imagínese usted el clima escolar en las escuelas con maestros armados;  serían el testimonio  fáctico de que la educación ha sido un fracaso, una pérdida y esta medida sería al mismo tiempo  un enorme contrasentido ya que  nadie puede enseñar ni aprender desde la desconfianza, desde la violencia, desde la animadversión.

Si de por sí duele  que nuestras escuelas tengan que seguir protocolos de emergencia en casos de balaceras (pero entiendo y acepto que son necesarios y más cuando estamos inmersos en sociedades acosadas por la violencia),  ahora el simple hecho de pensar en la posibilidad de maestros armados, me parece una irrebatible carencia de sensibilidad humana  y de inteligencia estratégica para la creación de acciones de resolución de problemáticas sociales.

Estamos viviendo tiempos crueles,  pareciera que la globalización está trayendo más desventajas que aciertos, pareciera que estamos situados por una epidemia incontrolable regida por la ley del más fuerte. Vemos imágenes violentas todos los días, nos decepcionamos constantemente al ver que nuestros líderes son camaleones que cambian de color según sus necesidades,  impera el desprestigio, la falta de confianza, vivimos en la incertidumbre laboral,  sufrimos las carencias ocasionadas por el desfalco y desvío de recursos, vivimos en crisis económica, familiar, social, etcétera, pero nuestras escuelas deben ser blindadas ante todo. Los niños deben seguir creyendo en sus escuelas como espacios seguros,  deben confiar en sus maestros como personas de primer acceso después de sus padres para buscar incluso un descanso emocional, un aliciente, un gesto cómplice de  afecto, tan necesario en esta niñez estresada que hemos venido formando. Las escuelas deben ser protegidas como se protegía en tiempos de guerra  a los monumentos o construcciones históricas consideradas patrimonio de la humanidad.  Se podrán derrumbar los márgenes, pero la escuela debe seguir siendo el centro, el punto indestructible de nuestra sociedad. Deben ser intocables, deben estar resguardadas y la misma sociedad debe cercarlas y hacerlas impermeables, impenetrables, para decirlo literalmente: que en nuestras escuelas no entren las balas. Y esto me hace recordar una dinámica que participé cuando niña, que consistía en enviar 10 cartas con mensajes de paz  a 10 destinatarios niños del mundo y  cuyos sobres  debían estar rotulados en grande con el lema: “ALTO A LAS ARMAS, LOS NIÑOS QUEREMOS LA PAZ DEL MUNDO”. Hoy, no tan niña ya, me uno a esa misma plegaria y agrego: “Alto a las armas, los niños y los maestros queremos la paz del mundo”. Así sea.

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