SEMANA SANTA
Cuando se acercan las vacaciones de Semana Santa, no sé por qué nunca he podido ver solo el mejor perfil, digamos, de su rostro: bañistas jugando voleibol en la playa, señoras gordas medio enterradas en la arena, mujeres con trajes de hilo dental tomando el sol, una pareja bailando una cumbia alrededor de una fogata, jóvenes bebiendo cerveza frente al mar, perros corriendo tras un palo o una pelotita aventados más allá del reventar de olas. En cambio, e inevitablemente, no puedo evitar detenerme en la pareja que baila una cumbia alrededor de la fogata y en todo lo que harán durante su estancia en esa playa a la que fueron a pasar sus vacaciones, mismas que planearon con tres meses de anticipación, y los veo así nadar en la alberca del hotel, comer en un restorán frente al mar, caminar el malecón por la tarde e ir a una discoteca por la noche, para luego volver al hotel ya casi al amanecer a la busca de un sueño reparador. Toda felicidad inconmensurable de uno a otro costado, hasta aquí. Pero luego, cuando las vacaciones llegan a su fin y hay que doblar lo extendido y ordenar lo desornedado, también los veo meter su ropa en las maletas, incluidos los recuerditos que traen para amigos y familiares, subir al auto y emprender el camino de regreso, tiempo durante el cual normalmente se van contando todas aquellas maravillas que vivieron. En algún momento, como pasa, veo que en una de las curvas de la carretera, el conductor pierde el control del volante (o ya por exceso de velocidad, o ya porque un autobús invadió su carril, o ya por una llanta reventada), y sale estrepitosamente de la carretera hacia el voladero contiguo. Cualquiera, en este caso, y no sólo yo, puede ver rodar el coche por el barranco hasta el fondo de un abismo lleno de piedras y vidrios y más piedras, sobre las cuales caen los cuerpos, ya para entonces sin vida, de la pareja de enamorados. Lo que sigue ya lo sabe todo el mundo y no es necesario decirlo, porque en realidad poco o nada habríamos podido hacer para poderlo evitar: y es que uno sale de su casa una mañana sin imaginar nunca siquiera que a la noche uno no va a poder regresar.
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