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UNIVERSITARIOS CONTRA LA CORRUPCIÓN
Cada vez se hace más evidente (en lo privado y en lo público) el deterioro de nuestra moral social y el de los valores que la rigen. El incremento de la violencia en nuestra Estado, por ejemplo, que hace unos días cobró una víctima muy querida por la comunidad universitaria y cultural de nuestra entidad (me refiero a Ricardo Uribe Clarín), muestra precisamente esta lamentable involución de nuestra sociedad. Este reprochable crimen, por cierto, obligó al Ejecutivo Estatal José Ignacio Peralta Sánchez no sólo a remover al procurador de justicia del Estado y al encargado de Seguridad Pública, sino, por encima de todo, a replantarse con la seriedad y urgencia que la situación amerita una estrategia distinta (más eficaz y que conlleve los menores daños colaterales) para paliar los gravosos daños que está dejándonos a los colimenses esta espiral de muertes. Las causas de esa recrudecida violencia no están aisladas de otros males que han erosionado de igual modo nuestro estado de bienestar. Al contrario, son sus vasos comunicantes, a un tiempo causas y efectos. La propia corrupción -que genera desigualdad, impunidad y pobreza- se ha convertido en la piedra de toque del mal sistémico que padecen las instituciones de nuestro país y que ha permeado a todo tipo de sectores, incluidos aquellos que se jactan de ser impermeables a estos males (como el eclesiástico). No es posible, sin embargo, conseguir cambiar a una sociedad (hacerla más sensible y civilizada, más consciente y compasiva) si no llevamos a cabo una transformación profunda de nuestro sistema educativo, desde los años infantiles hasta los universitarios, pero una transformación que no relegue la formación humanística, que hoy parece ocupar un lugar aleatorio en la formación de los educandos. La idea es, en cambio, traer al centro todo aquello que nos forma en valores éticos, conciencia cívica y sensibilidad humana, sin dejar, obviamente, de avanzar en la brecha científica y técnica, las cuales –como sabemos- sin una base humanista dejan de cumplir su función cabal. De nada me sirve conocer perfectamente el funcionamiento del corazón (y ser un médico erudito del ramo) si lucraré con pacientes sanos diciéndoles que tienen una afección posiblemente mortal, todo sólo por un asunto de dinero. Por eso, que sean universitarios de reconocida trayectoria (como Christian Torrez Ortiz o Carlos Garibay Paniagua) los que hayan participado de manera cercana en la Comisión de Selección (Torres Ortiz) y posteriormente en el Comité de Participación Ciudadana del Sistema Anticorrupción del Estado de Colima (Garibay Paniagua) no es gratuito y, además, es plausible, pues nuestra máxima casa de estudios está curiosamente interviniendo de manera directa en una problemática (la de la corrupción) que tiene que abordarse desde el sector educativo, si es que se quiere resolver el asunto de fondo. Considero que es éste precisamente un excelente ejemplo de lo que es la responsabilidad y función social que debe cumplir toda institución educativa, y celebro, por tanto, que el gobierno del Estado se dé cuenta de que la aportación que nuestra casa de estudios (que alberga a una gran cantidad de especialistas en las diferentes áreas de la función pública) es invaluable y puede contribuir en gran medida a resolver los males sociales (incluido el de la violencia) que estamos padeciendo los colimenses como nunca antes.
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