EL LENGUAJE DE LOS POLÍTICOS
El otro día que hablaba con un grupo de amigos académicos, entre los que se encontraban un francés, dos alemanes, tres neozelandeses, un chino y un japonés, me di cuenta de algo que todo mundo sabe pero que, estoy seguro, no todo mundo ha experimentado: la lengua es identidad. Esto es: nos dice de dónde venimos y hacia dónde vamos. Por eso, para decirlo en términos coloquiales, modificar la forma en que hablamos es cambiar lo que somos. En México, por ejemplo, mi país: lengua, persona y realidad llevan caminos distintos. El caso ejemplar lo encontramos en el “lenguaje político” o de los políticos, del que hacemos sorna pero sobre el que poco nos empeñamos en cambiar, siendo que nos da la medida y las evidencias más claras de todos nuestros males: corrupción, simulación, deshonestidad. Pongo un solo ejemplo, de cien que he recabado: alguien aspira a una diputación, rectoría, senaduría o presidencia municipal y le preguntan si esto es cierto, entonces el aspirante qué dice: que no, que sus intereses en realidad son otros (ha dicho en realidad), y que hay que esperar los tiempos. El que lee o escucha esa respuesta ya sabe que el que la dice miente, pero que lo dice porque así se tiene que decir, no vaya a ser –pensará el aspirante- que al decirlo le caiga un castigo divino, ofenda a sus padrinos políticos o se queme antes de tiempo. Por otro lado, el aspirante ya sabe también no sólo que está mintiendo, sino, lo que es peor, sabe que el entrevistador sabe que está mintiendo y los que lo leen o escuchan saben que está mintiendo y ya nadie se cree ese cuento que ni él mismo se cree. Y así todos vivimos simulando que creemos y hacemos creer eso que no corresponde a lo que realmente sentimos ni los otros creen. Lo mismo sucede en todas las áreas, pero sobre todo en un rubro que es crucial para México: educación. ¿Por qué no empezamos por cambiar la forma en que hablamos para transformar a su vez la realidad que vivimos? No creo que sea demasiado difícil. Empecemos por practicarlo. Por ejemplo: si a un aspirante se le pregunta que si quiere ser diputado, rector, senador o presidente municipal, no se haga bolas diciéndole a uno que sí, a otro que no, a otro que quién sabe. ¿Quiere ser libre? Diga la verdad: sí, quiero ser rector, y trabajo para ello. O: sí, quiero ser diputado, y trabajo para ello. O: sí, quiero ser Premio Cervantes, y trabajo para ello. ¿Será de veras muy malo tener sueños imposibles? En México, mi país, parace que sí, de otra forma las calles (que en esta distancia sólo recorro con la imaginación) ya no seguirían llenas de sangre.
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