POR: Armando Polanco Pérez
Yo estaba niño cuando mi papá me llevaba al campo, esa vez dijo quédate ahí mientras terminan de arar. Recuerdo que de ir arando la tierra el pesado tractor se ladeó hundiéndose la llanta trasera. El tractorista por más que empujó no pudo sacarlo de aquel pozo, entonces dio aviso al dueño de la parcela quien después de excavar y abrir un pozo más grande, corrió a todos los que estábamos ahí, menos a uno de su confianza, váyanse, váyanse aquí nada pasó, gritaba desesperado. Pasó el tiempo y crecí con la duda de aquel pozo.
Años después me encuentro a aquel trabajador ya anciano y le pregunté sobre aquella situación y me platica memorioso que el pozo resultó ser una tumba antigua y que luego de excavar fueron descubriéndose escalinatas y espacios bien enjarrados de barro y piedra con restos de osamentas humanas en pequeños oratorios y además el dueño encontró antiguos dioses de gran tamaño y otros objetos de valor que vendió a coleccionistas.
Coquimatlan tiene mucho tesoro bajo sus tierras, me dijo aquel anciano, somos una raza rica, muy rica, me decía mientras con una vara trazaba jeroglíficos y mapas sobre la tierra.
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