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AL VUELO

ROGELIO GUEDEA | Opinión | 25/09/2016

ÉLITE POLÍTICA Y MASA

En un momento de la historia política de finales del siglo XIX surgen, debido a los cambios producidos por la revolución industrial y por la nueva conciencia de clase que trajeron las ideas marxistas y anarquistas, las élites políticas, que tienen como base argumental una posición negativa en contra de las masas, consideradas un peligro real para la estabilidad del sistema político. Las masas, para esta “teoría de las élites” (como se le conoció), no deben tener participación en la vida política del Estado. Aunque esta posición es una notoria avanzada en contra del marxismo, que precisamente ponía el cambio social en manos de las masas (la dictadura del proletariado), las élites políticas dejan de manifiesto una señal más profunda del clasismo social y político que ha imperado desde la época del esclavismo griego, donde el propio Aristóteles aceptaba que había quienes habían nacido para gobernar (los elegidos por la naturaleza) y quienes para ser gobernados. La teoría de las élites, que tiene como base de su formación la herencia política entre los miembros de la clase privilegiada, promueve a una minoría dirigente, que impera sobre los demás, una clase selecta que, pequeña y bien organizada, insiste en hacer creer a la masa que sin su guía el sistema se irá de bruces. En países con grandes y marcadas diferencias sociales, organizados a partir de clases sociales o castas, la teoría política de las élites adquiere una importancia capital. A través de sus postulados es posible ver cómo una clase política minoritaria, generalmente burguesa, favorecida económica y socialmente, dirigen para su propio beneficio a una masa pobre y generalmente analfabeta, subordinada a sus propios intereses y carente de participación social real. Los teóricos de la teoría de las élites (Mosca, Pareto, Michels, el mismo Weber), llamados “maquiavelistas”, arguyen que el ejercicio del poder es dado siempre solo a una” minoría organizada” y por tanto la idea de la élite contra la masa debe persistir sobre esta notición de poder, justificando incluso dos de sus herramientas primordiales: el engaño y la violencia. Porque, según Mosca, “un centenar de hombres que actúan en concierto pueden derrotar a un millar disperso”. Para Bachrach, otro teórico de esta vertiente, la teoría de las élites consideran, por ejemplo, que “las masas son intrínsecamente incompetentes (…) y son materia inerte y moldeable o seres ingobernables y desenfrenados que minan la cultura y la gobernabilidad”, de ahí que sea necesaria “la élite creativa dominante”. La teoría de las élites, pues, contraviene toda idea de democracia, esto es, la idea del Estado gobernado a partir de la decisión de la mayoría, o bien de una democracia en la cual los que ostenten el poder sean siempre una élite. Si de algo sirve la masa, para esta visión política, es sólo para el sostenimiento de la élite política, quien ha de hacer todo lo posible (incluso simular renovarse) para sostenerse. Como lo sostiene Michels, el interés prioritario de la élite es mantenerse siempre en el poder, de tal modo que todo ataque a sus intereses (de un miembro o de la minoría privilegiada en general) debe ser reprimido, a cualquier costo, por cualquier medio posible.

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