BUENOS Y MALOS GOBERNANTES
Desde que el hombre optó por la convivencia con otros hombres, las normas y leyes que regirían esa convivencia llegaron para quedarse y los encargados de velar por ellas (una fuerza superior al resto, esto es, los gobernantes), también. Desde entonces ha habido, pues, buenos y malos gobernantes, todo ello en razón de la satisfacción que consiguieron para los gobernados, siempre ávidos de poseer la mayor felicidad posible en el menor tiempo y costo posible. Sobran tratados sobre cómo ser un buen gobernante , incluso sobre lo que es un buen y mal gobierno, pues la preocupación acerca del estado de bienestar de los gobernados es fundamental para todo estado. Baltasar Gracián, filósofo español, escribió un breve pero sesudo tratado sobre el gobernante ideal, ofreciendo además una serie de comparaciones entre todos los tipos de jerarcas que ha habido a lo largo de la historia, sobre los cuales señaló aciertos y yerros. No son muchas las condiciones que pide Gracián de aquellos que se dedicarán a velar por la tranquilidad de los ciudadanos, más bien advierte dos: capacidad, por un lado, y prudencia, por otro. Pide, además, sensibilidad. Gracián quiere ver gobernantes realmente sensibles a los que “le lastimen las pérdidas en lo vivo del corazón”. A un gobernante insensible y, peor aún, desacreditado, “ni sus vasallos le acuden, ni los contrarios le temen”, dice. Incluso, para el moralista Gracián todo gobernante se debe acompañar de una sabia y prudente esposa. Y si no cuenta con una, entonces con una madre. Lo contrario (una mujer intrigosa y ligera) lo conduciría a la ruina. Recogiendo ideas de filósofos que ya habían reflexionado sobre similar objeto (Platón, Cicerón, etcétera), Baltasar Gracián está de acuerdo en la necesidad de tener gobernantes sabios, pues esta sabiduría hace a los mancebos ancianos y a los ancianos, que carecen de ella, mancebos. La sabiduría es el pilar del buen gobernante, virtud que, normalmente, tiende a extenderse al resto de los colaboradores de éste, quienes son fiel reflejo de aquel. No son culpables de su incompetencia los colaboradores del rey, es el rey el culpable de no haber tenido la sabiduría suficiente para haberlos elegido bien. Porque para gobernar se requiere de gran capacidad y gran valor, y más cuando la realidad se impone igualmente difícil y tormentosa. También la sociedad, en la toma de decisiones de los gobernantes, lleva un papel importante. Su juicio debe ser imparcial y recto su criterio. Reprochable es que los ciudadanos tomen partido por el interés de unos y no por el bien común, y que sea esto lo que determine sus resoluciones. Como dice Gracián, si bien aprobarlo todo suele ser ignorancia, reprobarlo todo es, sin duda, malicia. Capacidad, prudencia y valor son requisitos esenciales para ser un buen gobernante: nunca debe éste ni ensombrecerse por el odio ni irse de bruces por la lisonja, porque no son “cristales fieles”. Así que aquel gobernante que quiera trascender no debe andarse con medianías en su hacer o no hacer, porque, como lo dijo el propio Gracián, “en los gobernantes se anda la fama por extremos, son conocidos por muy buenos o muy malos”.
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