ARCHIVOS, SU FUTURO
El jueves 9 de junio es el día de los archivos (y de los archivistas), ante esto, de casualidad me encontré con un artículo de la BBC de Londres publicado el pasado 10 de diciembre, un planteamiento que por sí pone el dedo en la llaga sobre el tema crucial del futuro de los archivos y lo hace con una pregunta inicial: ¿En dónde se almacenará la historia tras la inminente desaparición del papel? Hoy en día, se afirma ahí, es fácil asumir que el mundo digital son píxeles y códigos, que carece de la fisicidad de los libros y las tablas de piedra de otras eras. Pero el archivista Brewster Kahle piensa diferente, él dice: “Lo digital no es tan inmaterial como la gente cree”. Su opinión es de peso. Kahle es el fundador de Internet Archive, un repositorio de información digital. En él acumula más de 20 pentabytes, 20 millones de gigabytes de artículos de revistas y libros digitalizados, videos, audios y páginas web. El material está archivado en discos duros y en cintas magnéticas distribuidos en todo el mundo.
No obstante, el espacio que se necesita para guardarlo todo es un problema. Pero no es el único, también lo es la obsolescencia de los soportes físicos. El material y, en algunos casos, los componentes electrónicos de estos que se estropean y eventualmente no funcionan. Los estudios señalan que los discos compactos o CDs solo son confiables entre dos y cinco años, y que después comienzan a perder información. Dado que nuestra cultura es predominantemente digital, ¿qué se puede hacer para que dure más allá de nosotros? ¿Cómo hacer que la información sobre nuestras instituciones, asociaciones, y descubrimientos científicos y culturales se guarde y permanezca? Imprimirla no es opción, producimos muchísimos datos. Pero entonces, ¿qué alternativa queda para que arqueólogos del futuro puedan estudiarnos? Una posibilidad es encapsular la información en “fósiles sintéticos” y que los arqueólogos puedan leerla en su ADN. Robert Grass, de la Universidad ETH de Zurich, Suiza, ha desarrollado un método para codificar información como ADN. Pero ¿cómo es posible? “el ADN mismo no se conserva muy bien. Se estropea en medio año o menos, Así que estamos buscando una manera de estabilizar el ADN” dice Grass.
Grass sabía que lo que necesitaba era un material inerte, algo que no fuera reactivo y que no se dañara fácilmente. En el mundo natural el entorno en el que mejor se conserva el ADN es en el hueso y a baja temperatura. Es por eso que recientemente se pudo leer el ADN de los huesos de un caballo de hace 700.000 años, por ejemplo. Pero aunque el fosfato de calcio de los huesos posee buena estructura química, también tiene un inconveniente: se disuelve en agua. Así que la ETH empezó a fijarse en un material del día a día: el cristal (sílice). Un cristal resistente. “Los químicos adoran el cristal. Todo (en laboratorios) está hecho de cristal. Una lámina o una botella de este material parece frágil, pero el cristal que está utilizando la ETH es extremadamente resistente. Es esencialmente polvo. Cada partícula que contiene una porción de ADN mide escasos 150 nanómetros.
Congelarlas, golpearlas o ejercer sobre ellas una gran presión mecánica no tiene ningún efecto en ellas. Las partículas de cristal pueden soportar temperaturas increíblemente altas, pero no el ADN que contienen. La temperatura óptima de almacenamiento de fósiles sintéticos sería de los 18 grados bajo cero. Leer el ADN es sencillo, pero antes hay que separarlo del sílice. Por ello las instrucciones para llevarlo a cabo también deberían incluirse en el archivo que heredarían las civilizaciones del futuro.
El fundador de Internet Archive, ejemplifica con el Disco Rosetta, un dispositivo de almacenamiento creado en 2008 por la LNF. Es una copia de seguridad de los idiomas actuales. Contiene el equivalente a 15.000 páginas de texto en 1.500 lenguas diferentes, traducciones todas del Génesis de la Biblia. Sus creadores aseguran que podrá seguir consultándose dentro de 2.000 años sin necesidad de ninguna máquina, solo con un microscopio óptico. De acuerdo a Kahle y Grass podrían inspirarse en este método. Otro problema es el costo de escribir el ADN. A diferencia de leerlo, escribirlo es caro. “Tienes que elegir qué almacenar y decidir por qué es importante”, y esa es una elección muy difícil” apunta Grass.
A lo largo de la historia la basura ha sido una mina para quienes intentan entender épocas pasadas. Pero que los residuos sobrevivan milenios o no es cuestión de azar. Las civilizaciones se convierten en polvo con el tiempo. Quizá nuestro polvo, un fino polvo cargado de ADN, cuente una historia. Y con ella, las generaciones futuras hereden la más preciada información de nuestro tiempo.
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A partir del Lunes 11 de Abril de 2011
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