El 7 de mayo de 1926, cumplido el plazo marcado por la ley, el obispo José Amador Velasco mandó suspender los cultos. En Colima se anticipaban por meses a la trágica Ley Calles de julio de ese año y a la suspensión de cultos en todo el país que declararía el episcopado nacional. La capital y las cabeceras municipales vivieron días de luto.
Fue entonces cuando la Liga Nacional de Defensa de la Libertad Religiosa, empezando en Cuauhtémoc y propalándose por todo el estado, convocó a la acción mediante volantes que decían: Oración + luto + boicot = victoria. Jean Meyer describe sus efectos: "Nadie compraba carne, todo mundo iba a pie, se alumbraba con velas, se quedaba en casa y redujo sus compras al mínimo".
Los incidentes, a pesar de todo, fueron acumulándose. En septiembre de 1926, el general Benito García arrestó a una treintena de personas durante una noche temiendo una insurrección; a ocho de ellas —civiles pacíficos— las fusiló. Durante octubre, según refiere Jean Meyer, "continuaron los asesinatos, las desapariciones, los tormentos en celdas clandestinas". Un día, en los árboles de la calzada Galván, amanecieron ahorcadas cinco mujeres. Pero detrás de tales sucesos no sólo asomaba el rostro de la persecución religiosa, sino también la venganza y los arreglos de cuentas entre los diversos grupos políticos. Y concluye este mismo autor: "En ese ambiente de terror y anarquía, donde hasta la noción de la autoridad desaparecía, se levantaron los primeros Cristeros". Al grito de ¡Viva Cristo Rey!
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