BERTRAND RUSSELL Y EL PODER OPRESOR
Una de las más prolijas -y fascinantes- reflexiones sobre el poder la hizo Bertrand Russell en, precisamente, El poder: un nuevo análisis social. En él, el también autor del polémico Ideales políticos -donde Russell defiende el pacifismo en plena Primera Guerra Mundial- analiza los diferentes tipos de poder (económico, revolucionario, sacerdotal, militar, político, incluso –y no menos importante- el de la opinión), además de acercarse a las formas de gobierno, la relación de los individuos, la constitución de los líderes y sus seguidores, la ética del poder y las filosofías que han desmontado sus principios y características, así como las fuentes de las que éste emana. Un estudio, como ya he dicho, fascinante sobre la necesidad del hombre de dominar a los demás hombres, a sí mismo y a sus alrededores. En su capítulo final, Russell se detiene a analizar el peor de los poderes ejercidos por el hombre: el poder opresor. Para ejemplificar la magnitud de sus estropicios, echa mano de una anécdota de Confucio en la cual se cuenta que un día encontró el filósofo chino a una mujer a la orilla de un río, llorando desconsoladamente. El maestro le preguntó que por qué lloraba y la desdichada mujer le dijo que porque había muerto su hijo luego de ser atacado por un tigre. De la misma forma, dijo la mujer, murió mi esposo y el padre de mi esposo, ambos atacados cruelmente por un tigre. Confucio entonces le preguntó a la mujer que por qué no se iba de ahí antes de que fuera ella misma atacada por el tigre. La mujer le contestó que no se iba porque en ese lugar no había un gobierno opresor. El maestro volteó a sus alumnos, quienes lo observaban con expectación, y les dijo: “Lo ven: un gobierno opresor es peor que los tigres”. Sirva este ejemplo de Russell para darnos cuenta que no es posible, pues, que en un gobierno que se dice democrático puedan convivir libertad y violación sistemática a los derechos fundamentales del individuo -libertad de expresión, de unión, de culto, etcétera-, porque o se es una real democracia o, en todo caso, una tiranía. Si bien, como lo afirma Russell, la democracia no asegura tampoco un buen gobierno, sí, al menos, previene de ciertos demonios que socavan la paz y la armonía de las sociedades, lo que nunca hará un gobierno opresor.
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