LEO STRAUSS, EL PENSADOR Y SU SOCIEDAD
No han sido pocos los pensadores y filósofos que han tenido a los clásicos griegos -incluso a los judíos y musulmanes- como modelos para sus propias inquisiciones. Estos han encontrado siempre en ellos no sólo inspiración sino verdades que han permanecido inamovibles a lo largo de la historia y a las que, por una razón inexplicable, la mayoría de nuevos intelectuales les han dado la espalda. Leo Strauss, uno de los teóricos más influyentes de la filosofía política del siglo XX, rompió en su momento con esta inercia y, en un giro sorprendente, volvió a los clásicos -principalmente a Platón y Aristóteles, a quienes leyó a la luz de la filosofía judía e islámica- para aplicar sus hallazgos en materia política a la sociedad contemporánea. De entre las reafirmaciones más relevantes de este retorno están las relacionadas con la función del pensador y su sociedad, tensión que preocupó siempre a los filósofos griegos, pues esta labor fue considerada siempre para ellos un insigne “servicio a la comunidad”. Aunque Solón fue considerado el teórico político de la Grecia presocrática, Platón y Aristóteles legaron a la posteridad dos obras fundamentales para la filosofía política: La república y la Política, respectivamente. Un aspecto fundamental de la relación entre el pensador y la autoridad de Estado, o del intelectual y el poder, como se le ve hoy en la actualidad, fue no perder nunca de vista que las reflexiones del primero tendrían como fin último el bien común, de forma que su función como consejero de reyes, asesor de emperadores o tutor de servidores públicos iba a la búsqueda única de mejorar las condiciones de vida de la sociedad, no las suyas ni a las de su protector. Esta es la única forma en que es aceptable la relación entre un intelectual y un poderoso. Hoy, sin embargo, vemos a intelectuales, columnistas, opinólogos mostrarse orgullosamente en fotos con personajes importantes de la política -presidentes, gobernadores, congresistas, munícipes, etcétera-, más que por rendir un real “servicio a la comunidad” por hacerse de un beneficio personal. Por más que justifiquen su actuar usando el argumento de la cordialidad y el respeto, bien sabido es que una relación de esta naturaleza genera consecuencias comprometedoras, que vician el juicio y obnubilan el criterio, y que nada tienen que ver con el mejoramiento del estado de bienestar de la sociedad a la que pertenecen. Todos pueden tener simpatías o diferencias con los personajes del poder, pero los intelectuales lo último que deben hacer es jactarse públicamente de su estrecho conciliábulo o, en secreto, de sus malévolos intereses. Leo Strauss volvió a los clásicos griegos para recordarnos que fue ahí donde la práctica del pensador y su sociedad tenía fines educativos: con su didáctica debía conseguir que el hombre de Estado se olvidara de sí mismo para poner todo esfuerzo en beneficio de su sociedad.
Total de Visitas 274845046
A partir del Lunes 11 de Abril de 2011
Desarrollada por HMH Sistemas
Template by OS Templates