EL ESTILO PERSONAL DE ATACAR
Los que opinamos generalmente defendemos una postura sobre algo, combatiendo con ello (implícita o explícitamente) a los que piensan diferente a nosotros. Por más que intentemos encubrir nuestras ideas de pluralidad e imparcialidad, esto no es posible: ante cualquier acontecimiento (despojo de una familia de su hogar, incremento de la criminalidad, actuar de un político) siempre nos mostramos a favor o en contra. La forma más visible de hacerlo se reduce al estar de acuerdo o estar en desacuerdo, para después ofrecer nuestros argumentos. Sin embargo, esto que podría catalogarse como el estilo personal de atacar no siempre nace bajo los mismos principios entre uno y otro opinador. Cada opinólogo tiene su propio código de ética, aun en aquellos que ni siquiera saben lo que es un código ni, mucho menos, lo que es la ética. En mi caso, por ejemplo, siempre he seguido los principios de ataque de Nietzsche, que hasta el día de hoy me parecen los más sensatos. En la primera parte de Ecce homo (“Por qué soy tan sabio”), escribe Nietzsche: “Mi práctica bélica puede resumirse en cuatro principios. Primero: yo sólo ataco cosas que triunfan, en ocasiones, espero hasta que lo consiguen. Segundo: yo sólo ataco cosas cuando no voy a encontrar aliados, cuando estoy solo, cuando me comprometo exclusivamente a mí mismo… No he dado nunca un paso en público que no me comprometiese: éste es mi criterio del justo obrar. Tercero: yo no ataco jamás a personas; me sirvo de la persona tan sólo como de una poderosa lente de aumento con la cual se puede hacer visible una situación de peligro general, pero que escapa, que resulta poco aprehensible (…) Cuarto: yo sólo ataco cosas cuando está excluida cualquier disputa personal, cuando está ausente todo trasfondo de experiencias penosas.” Los cuatro principios me gustan, pero quizá el que más me absorba es el segundo: yo sólo ataco cosas cuando no voy a encontrar aliados, cuando estoy solo, cuando me comprometo exclusivamente a mí mismo. Es, tal vez, una de las formas más terribles del egoísmo, es cierto, pero también es la única verdad que nos pone de frente ante la radical proeza que implica, de una buena vez, ganarlo o perderlo todo.
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