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CULTURALIA

NOE GUERRA PIMENTEL | Opinión | 20/11/2015

DEJA VÚ, COLIMOTE En plena crisis de la llamada Revolución mexicana, hace un siglo aquí en Colima se vivía un singular proceso electoral protagonizado por J. Trinidad Alamillo y Gregorio Torres Quintero. Caído el gobierno porfirista formalmente encabezado por Enrique O. de la Madrid, quien, según se apunta sucumbió tanto por los excesos acumulados por más de treinta años de gobierno porfirista, como por las traiciones (su jefe de la policía, Eugenio Aviña, encabezó el movimiento en su contra) y las divisiones internas de la oligarquía local desplazada, exigía parte de la parcela a quienes ocupaban el poder, élite dominante que, al final, luego de casi un lustro de escarceos se reagrupó para continuar, con diferentes siglas, gobernando hasta nuestros días.

Corría el año de 1911 luego de la licencia que el Congreso del Estado por unanimidad le otorgó a De la Madrid, cuando por aclamación y ante la fáctica desaparición de poderes se encumbró como Gobernador interino Miguel García Topete, un abogado que desde años atrás representaba los intereses de J. Trinidad Alamillo, éste, un personaje camaleónico (Porfirista, maderista, huertista, carrancista y obregonista) a quien no le importaban los medios con tal de lograr sus fines y quien sí, a la postre resultaría ganador de la elección y primer Gobernador electo del periodo de la Revolución, periodo el de él, caracterizado por su despotismo, ocurrencias, persecuciones, crimen, anarquía y miseria de la mayoría, abusos de poder, saqueo y caos administrativo.

¿Pero quienes eran en aquel momento Alamillo y Torres Quintero? A este tiempo debemos reconocer que Alamillo ya era un verdadero manojo de transas y chapucerías, dicho de otra manera una “chucha cuerera” en cuestiones políticas y electorales, porfirista de 64 de edad, había nacido en 1847, destacado como periodista y editor, funcionario público, legislador federal por varias entidades de la República y en la estatal, prefecto político, un año antes se había postulado para la gubernatura de Colima precisamente contra De la Madrid, que aspiraba a la reelección, proceso que contra los cálculos alamillistas y aún con toda la campaña negra (recordemos cómo lucró con el asesinato de los Suárez de Tepames) emprendida desde su periódico y aliados contra su acérrimo enemigo, de todos modos perdió y el grupo de De la Madrid, aunque breve, continuó en el poder.

No obstante las circunstancias centrales, la guerra civil iniciada por Madero desde el norte y secundada por otros, fueron favorables a los propósitos de Alamillo, mismas que supo aprovechar, primero moviendo las malquerencias locales contra De la Madrid y luego dando la espalda a sus benefactores que, traicionados como se vieron buscaron a un prospecto que mejor se pudiera ajustar a sus intereses y sobre todo garantizara su condición de privilegio, características que vieron en el muy destacado aunque desarraigado Gregorio Torres Quintero que en ese tiempo descollaba como el gran educador que para orgullo nuestro se ganaría un indiscutible espacio entre los personajes ilustres de nuestro país.

Mientras que Gregorio Torres Quintero, nacido en 1866 tenía 45 años de edad, de los que la mitad los había vivido estudiando en la ciudad de México y aunque sin una carrera política, sin ocupar cargos de representación popular, aparte de los burocráticos y de investigación propios de su quehacer como educador, a esa edad ya aglutinaba un inapreciable prestigio como gente de letras, dadas sus visionarias aportaciones, tal como lo demuestra su obra. Torres Quintero regresó prácticamente traído por los ricos marginados del poder en Colima, que inconformes se habían opuesto a De la Madrid y que ahora se reagrupaban, pero contra Alamillo y el grupo emergente que encabezaba, la mayoría ajeno a la oligarquía colimota consolidada en sus privilegios.

Así, parte de la alianza que había promovido la caída de De la Madrid apoyando meses antes a Alamillo, hoy perfilaban a un Torres Quintero que si bien era un prospecto novedoso, luego de más de una década de ausencia de Colima, regresaba descanchado, sin discurso, distante y una actitud ajena a la gente de aquel Colima, pero que además ahora se le había emponzoñado un sentimiento de venganza, de revancha contra el gobierno y los “ricos de siempre” con la Revolución, encabezada en esa etapa por Madero y acá por Alamillo, mientras que a Torres Quintero, lo pusieron como “emisario del pasado”, como el porfirista que también había que echar. Circunstancias que sumadas a la desidia de sus patrocinadores, las triquiñuelas de Alamillo y el desdén de un Colima rural y 99% analfabeta, en su mayoría coptados por los alamillistas, hicieron que se retirara dejando su candidatura días antes de la elección, misma que “ganó” J. Trinidad Alamillo. Lo que siguió ya es la historia que no debemos volver a repetir.

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