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CULTURALIA

NOE GUERRA PIMENTEL | Opinión | 11/09/2015

EL GRITO DE DOLORES

Según lo apunta Joseph H.L. Schlarman (JHLS) en su excelentemente documentado y enciclopédico volumen México Tierra de volcanes, de Cortés a Alemán. “A las dos de la mañana del domingo, Allende y Aldama llegaron a casa de Hidalgo, que distaba como dos manzanas de la Iglesia, e Hidalgo les hizo dar una taza de chocolate. Él, entre tanto y sin ansias, se fue vistiendo como de ordinario, mientras escuchaba las últimas noticias de Aldama. Mientras se calzaba las medias, Dijo interrumpiendo a Aldama: Caballeros, estamos perdidos. No hay más recurso que ir a recoger gachupines.” Lo que más tarde remató con la proclama que se le atribuye: ¡Viva la Religión! ¡Viva nuestra madre santísima de Guadalupe! ¡Viva Fernando VII! ¡Viva la América y muera el mal gobierno!

Y como bien lo señala JHLS: “En ese momento (Hidalgo) se mudó en otro hombre. Mandó a su hermano Mariano que armase a doce hombres de su servicio, y acompañado de éstos y de Allende y Aldama, se encaminó directamente a la cárcel, puso una pistola al pecho del carcelero y sacó a los presos. Un sargento, llamado Martínez, trajo armas y algunos soldados del cuartel. Se entregaron armas a los presos libertados y el pequeño ejército se dirigió a capturar a los españoles que había en la población, incluyendo a Cortina, el amigo a quien Hidalgo acababa de pedir los 200 pesos prestados, y el presbítero Bustamante, que había venido temprano para celebrar la primera misa del día. Aunque era domingo, no hubo misa en la iglesia de Dolores ese día, 16 de septiembre. Hidalgo dejó de decir misa trocado ya en rebelde. Fue casualidad que la rebelión estallara en Dolores y no en San Miguel, y que él, y no Allende la encabezara.

Habían acudido muchos campesinos e indios a oír la misa, pero en vez de oír misa, escucharon la arenga de Hidalgo, que les decía que el legítimo rey Fernando VII estaba en manos de Napoleón, y que había gran peligro de que los franceses vinieran a tomar posesión de Nueva España; pero él y sus hombres tenían armas para mantener intacto a México para su rey verdadero, y que los españoles estaban de acuerdo con los franceses secretamente, pero que él y los suyos aprehenderían a todos los españoles de México y los arrojarían y pondrían un gobierno de criollos.

Aprisionaron a diecisiete españoles que había en Dolores, y con trescientos hombres que se juntaron, el abigarrado ejército marchó sobre San Miguel. El camino a San Miguel pasa por la entonces próspera hacienda de Atotonilco, a seis millas al norte de San Miguel. En 1746 se había construido allí una espaciosa iglesia, el santuario de Atotonilco, y en ella Ignacio Allende se había casado con la rica viuda de Benito Manuel Aldama, el 10 de abril de 1802. El pequeño ejército se detuvo allí; Hidalgo entró a la iglesia y (desenmarcando un retablo lo monta en una cruz para convertirlo en “estandarte”) sacó el estandarte de la Virgen de Guadalupe. Desde ese momento comenzó a mezclarse la religión en una campaña que debería haber sido puramente política. Más aún, utilizó la religión para dar una apariencia de respetabilidad a los desmanes que habían de cometer sus frenéticos e irresponsables seguidores.

El español Elizondo, administrador de la hacienda de Santa Catalina, que había querido ir a misa en Dolores aquella mañana del 16 de septiembre, por ser domingo, y que oyó y vio lo que pasaba, volvió apresuradamente a San Miguel y dio aviso a un oficial real de la insurrección contra los españoles. Un tumultuoso alboroto se apoderó al punto de los pacíficos habitantes de San Miguel, y hacia las seis y media de la tarde unos treinta españoles, bien armados, se habían ya fortificado en el edificio de gobierno. Ignacio Aldama, que ya se había declarado abiertamente como insurgente, aseguró a sus amigos personales que nada les pasaría”…

Y así empezó todo, así se dio el génesis de lo que una década después sería el esbozo mestizo de nuestra nación con el “Imperio Mexicano”, después de una guerra de todos contra todos, en la que de origen los indígenas, mestizos y criollos de entonces, desde el lado de los “insurgentes” enfrentaron a los indígenas, mestizos, criollos y españoles, entonces declarados “realistas”, dos bandos de una misma nación, la de la Nueva España, dividida luego de casi tres siglos de desarrollo por la ambición e inestabilidad política, frente al vacío de un poder extraviado frente a la codicia napoleónica y el ocio borbónico imperante en una España que confusa y cobarde dimitía entre Carlos IV y Fernando VII a favor de José Bonaparte, el hermano de Napoleón I.

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