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AL VUELO

ROGELIO GUEDEA | Opinión | 30/08/2015

LA DEMOCRACIA DE TOCQUEVILLE

En 1833, en una habitación de la calle Verneuil, de París, donde había nacido, Alexis de Tocqueville se encerró a cal y canto, luego de haber pasado casi un año visitando las cárceles de Estados Unidos, principalmente las de Filadelfia, Baltimore, Boston, Washington y Nueva York, pues quería escribir sobre el sistema carcelario estadounidense. Un año después del encierro, en el que, dijo, quería tener “sólo una existencia mental”, salió con un manuscrito en la mano, la primera parte (y la mejor) de lo que hoy conocemos como La democracia en América, el libro que le trajo el mayor reconocimiento y un lugar en la historia de la teoría política universal. El que lea las páginas de La democracia en América corroborará que, en lo esencial, el mundo no ha cambiado mucho, ni mucho menos el ser humano, por lo cual, si quitamos lo circunstancial de la obra, las ideas principales sobre libertad, igualdad y democracia siguen intactas. Además de identificar en un solo magma igualdad, libertad y democracia, lo que más me llama la atención es la idea de participación pública social. Es curioso: Tocqueville se encerró a cal y canto un año en su habitación para salir luego a decirnos que el mayor compromiso del ciudadano es participar en el debate público y, reduciéndolo a sus términos más sencillos, impedir que se violente la soberanía popular. El que se queda callado, dice Tocqueville, pierde su derecho a participar del bienestar social, mismo al que puede llegarse, de ser necesario, a través de la revolución. Para ser congruente con su teoría, Tocqueville se hace a la práctica y se convierte en diputado independiente (figura hoy tan en boga) del parlamento francés, siendo reelegido hasta tres veces y negándose a afiliarse a ningún partido, pues su ideología iba a contracorriente de ellos. Será desde el parlamento que llevará a cabo su avanzada contra el despotismo aristocrático. Desde entonces, Tocqueville no volverá a encerrarse más entre cuatro paredes, salvo el día de su muerte, en 1859, a causa de una tuberculosis que lo aquejó durante sus últimos años.

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