HABLANDO DE LADRONES
No sé si nací escuchando su nombre o fue al paso del tiempo que me familiaricé con su apodo, el de Jesús Arriaga, mejor conocido como “Chucho el Roto”, un personaje al que asumí ficticio, mera creación literaria producto de la fantasía novelesca de quien escribiera su vida y andanzas criminales y que en la vida real fuera interpretado primero en la radio, donde lo conocí, luego en telenovela y más tarde en el cine por el locutor y luego actor Manuel López Ochoa, que dicho sea con este personaje encontró su propia cárcel. No obstante, grande fue mi sorpresa cuando hace unos años encontré que fue real, de carne y hueso y que la imaginación y el tiempo lo hicieron la leyenda que de él hicieron al personaje que llega hasta nuestros días, para en parte describirnos a la sociedad porfiriana.
Su principal biógrafo, Román Saldaña Oropeza, apunta que Jesús Arriaga nació en –Santa Ana- Chiautempan, Tlaxcala, en 1858 y presume, sin poder afirmarlo con precisión que falleció en Veracruz, asumo que las alcantarillas calabozo de San Juan de Ulúa, fuerte construido en un islote frente al mismo puerto y por entonces la cárcel predilecta del Porfiriato y a quien el mismo Autor califica como “un astuto bandido e inmejorable estafador convertido, por venganza contra el rico que lo había mandado a presidio”. El mismo Saldaña dice que antes, en 1885, ya se había fugado del penal de San Juan de Ulúa.
Se sabe que fue hijo del presbítero Pedro de Arriaga, quien había sido cura párroco de Chiautempan de 1836 a 1850, año en que guardó los hábitos para casarse con una de sus hermanas, Luisa, con quien años después procreó a Jesús en el tiempo en el que vivían en el “Barrio de la Cuenda” sobre la “Calle del Gallito” actualmente conocida como “Manuel Saldaña”; tiempo después emigraron a la ciudad de México para radicar por la México-Tacuba cerca del antiguo Colegio Militar, como referencia existe un nicho en la vecindad donde vivieron y creció el joven Arriaga.
Su original cautiverio fue la venganza de Diego de Frizac, un rico de la época que para mala suerte de Jesús resultaba ser el tío de la mujer que se había enamorado, Matilde, con quien fuera de matrimonio, Jesús, no obstante su condición, procreó una niña “Lolita”. Hecho que no solo le valió el repudio de la parentela de su enamorada que lo amenazaron, vejaron y humillaron hasta lograr que fuera rechazado por ésta, ante lo que Arriaga decidió robarse a su hija, lo que motivó su encarcelamiento, primero en Lecumberri, la penitenciaría de la Ciudad de México, de donde a petición del poderoso tío y a pesar de haber resarcido el daño según el delito por el que se le acusó con la devolución de la infanta, fue trasladado a San Juan de Ulúa, de donde escapó introduciéndose en un barril, después de salir de la alcantarilla, burlar a sus carceleros y, ya en su improvisado Bote, por si fuera poco, a los voraces tiburones que por aquel entonces merodeaban el fuerte.
Una vez que se escapa del temible presidio y ante la falta de oportunidades para reinsertarse en la sociedad, Jesús Arriaga se convierte en delincuente consiguiendo fama y celebridad entre la gente del pueblo a quienes según se dice repartía parte de lo robado. Sus andanzas llegaron a ser famosas, tanto que le valieron el reconocimiento general de astuto e inteligente para cometer sus atracos, para al poco tiempo erigirse en líder de una banda que por años asoló a los ricos contemporáneos sin que las autoridades le pudieran echar mano.
Según Ricardo Alva, otro de sus autores, el apodo de “Chucho el Roto”, nace porque para llevar a cabo sus estafas acostumbraba vestir con elegancia, personajes a los que en el Porfiriato, la gente, el pueblo, despectivamente les llamaba "rotos" o “elegantes”. De su gavilla, trascienden hasta la radio y el cine algunos apodos y nombres que por casi una década lo acompañaron, siendo los más conocidos: "La Changa", "Juan Palomo" y "Lebrija". Fue en Cumbres de Maltrata, en Veracruz, durante lo que se supone fue su último atraco, en el que herido de bala resultó preso y llevado a Ulúa. Cuando de ahí quiso volverse a escapar, lo denunció un compañero de celda apodado “Bruno".
Fue confinado al “Limbo”, la celda de máximo castigo en el penal, donde lo esperaba “El Boa", un peligroso criminal-verdugo. De ahí salió a la enfermería del hospital "Marqués de Montes”, donde falleció el 25 de marzo de 1894, a la edad de treinta y seis años. El cuerpo fue entregado a Matilde a Lolita y a María Guadalupe Arriaga. La leyenda continuó. Sobre sus restos cabe apuntar que según cuando abrieron el féretro en la ciudad de México traía solo piedras, sin saberse más. No obstante, allá mismo, en el Panteón del Tepeyac, en la Villa de Guadalupe, se encuentra la tumba de su hija, cuyo nombre de pila fue María Dolores Arriaga de Frizac, tal como se lee en la lápida.
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