ARTE POÉTICA
Yo no escribo para quedar bien con nadie. Escribo porque he intentado otras cosas y ninguna me ha traído la felicidad que me trae escribir. Intenté cantar en un bar nocturno y me trajo la felicidad una semana o dos, pero luego me hastié. Intenté ser jardinero, y me dolió la espalda a la media hora. Quise ser ingeniero y confundí la aritmética con la geometría, y eso me frustró. Quise ser narcotraficante –de verdad, pero de los buenos- y cuando saqué la cabeza por la ventana, que me la regresan de un garrotazo. Intenté ser un comerciante, y lo mismo de siempre: terminé vendiendo al costo los limones y los tamarindos, y sufría en las noches nomás de pensar en que no me salieran las cuentas al siguiente día. Traté de ser boxeador pero cada que me subía al ring me resbalaba con una maldita cáscara de plátano y no había forma luego de poderme levantar. Entonces me encontré un día escribiendo. Un día como cualquier otro, como éste mismo, y resulta que pasó una hora y yo todavía seguía contento escribiendo. Pasaron dos, y yo seguía contento escribiendo. Pasaron dos semanas, un año, y yo, curiosamente, seguía feliz, como nunca antes. Han pasado ya casi veinticinco años desde aquel día en que me senté frente a la máquina de escribir y sigo como si fuera aquel primer día. Ni me duele la espalda, ni los dedos, ni me duele la cola, ni nada. Aquí puedo estar todo el día sentado (salvo cuando voy al baño, desayuno o atiendo los llamados de mis hijos o mi mujer) y nada me duele, me siento como si estuviera en una playa desierta, viendo las olas caer. Por eso les digo que yo no escribo para quedar bien con nadie. Ni tampoco para que nadie quede bien conmigo. No se escribe para eso. Se escribe nada más para ser feliz, cuando en realidad, dicho sea de paso, no tiene uno talento para ser algo más importante.
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