?

CULTURALIA

NOE GUERRA PIMENTEL | Opinión | 12/06/2015

VIAJE DESDE LA NOSTALGIA (III-III)

Ya en territorio colimote y de los altísimos puentes de las barrancas fue el golpe de aire caliente, ese del medio día el que nos anunció la cercanía, los cañaverales extendidos hasta las faldas del volcán quedaban atrás dando paso a las guamuchileras prolongadas a lo largo del camino abierto por la vía, hasta llegar a la Estación de Colima. Una edificación sobria, ésta, que de la original ya no tenía ni el recuerdo, me refiero a la de madera y lámina de zinc aquella de las postales sepia al tiempo sustituida por otra, la de dos plantas, a la que fracturaron los terremotos del 32 y que en los años cuarenta obligaron la demolición del segundo piso, el del mesón. Este, el ultimo edificio derivado del de los años veinte, fue levantado en piedra con puertas y ventanas de madera; construcción de nuevo estilo, emplazada en terrenos del gobierno al sur de nuestra capital, en el llano de Santa Juana, nombre sustituido por “Paseo del Progreso”, delimitado con árboles y plantas para trascender como “Parque Hidalgo”.

Maizales y trigales bajo parvadas de pájaros fue el paisaje que ya con el hambre saciada con tacos de birria de puerco que en Colima nos había comprado mi abuelita haciendo de uno dos, que nos bajamos con agua de cebada, ya en la Estación de Coquimatlán, similar a la de Colima aunque de menor dimensión, los lugareños nos recibieron con canastas de ciruelas y pitayas, con bolas de maíz y palitos con tejocotes acaramelados. Todo para comer, aunque ya sin hambre y creo que sin dinero porque nada más los vimos, igual que el agua de chía, la tuba fresca y los tejuinos que, antojados, eran bebidos por otros sedientos.

Después del túnel más largo y de haber observado hacia abajo los manantiales de “los Amiales”, hasta donde daban ganas de saltar desde el tren para darse un chapuzón y más a esa hora, en la que con la fatiga del viaje ya olíamos como a fierro, los chiquillos éramos los más hediondos, quienes a ratos, con cualquier pretexto abandonábamos los incómodos asientos, a los que mi abuela prácticamente nos amarraba, para ir corriendo a las escalerillas para ver como pasaban los negros postes de la luz o de telégrafo, a donde antes de cada puente llegaba el boletero a regañarnos. Así arribamos a la Estación de Tecomán, no sin antes haber hecho dos breves escalas, una en Madrid, donde subieron padre e hijo con dos pares de chivos mancornados y otra en Caleras, lugar, éste, que al paso nos recibió con un sabroso olor a chicharrones y el halago a la vista con bandejas de fruta tatemada.

Ya en Tecomán, cuya Estación fue construida muy lejana del centro poblacional, al noroeste del mismo, los abuelos decían que la primera era de horcones y latas de madera y techo de palapa a diferencia de las demás contemporáneas de la ruta, hechas con techos de zinc sobre estructuras de concreto o madera. Desconozco porqué se optó por tecnología local, igual que en Armería, ambas fueron provisionales, sustituidas por las últimas de material con dos plantas, diferentes éstas, habilitadas para casa-habitación del jefe de estación y su familia.

Ya en Cuyutlán, olí el mar, sentí la brisa desde aquella Estación similar a la de Zapotlán y que a diferencia de la de Tecomán y Armería ambas demolidas en el 2003 por el terremoto, aún están ahí, si bien en el abandono, permanecen con la distribución diseñada por la compañía norteamericana. Lo que se describe a partir de una cubierta de dos aguas, estructurada con armaduras de madera que alberga, después de la sala de espera y el andén a la taquilla, la oficina del jefe de estación, telégrafo y bodega. Quizá el único edificio del siglo XIX en pie y, por sí, símbolo de aquel Colima, además de punto clave del comercio y de un turismo pionero que por temporada anual acercaba hasta los 17 mil visitantes.

El resto del viaje ya con el sol al poniente, lo cubrimos orillados al espejo de la laguna de Cuyutlán que daba la bienvenida con aquel insoportable olor que a los chiquillos nos obligaban a refugiar la nariz en cualquier lado hasta llegar a Manzanillo, a su bulliciosa Estación llena de vendedores y que funcionaba desde 1889, inicialmente de 2 plantas con cobertizos y muros de madera, integrada a un entorno de viviendas construidas a finales del siglo XIX con el mismo sistema puesto de moda por importadores alemanes, singular fisonomía que se perdió con el ciclón del 27 de octubre de 1959. La antigua terminal de madera cedió su lugar a otra de acero y concreto ubicada por el rumbo de San Pedrito, en esa descendimos para mirar de frente y respirar el mar y caminar rumbo al recuerdo que nos trajimos de aquel viaje.

The feeling of replica handbags uk is noble and gucci replica , but hermes replica black replica hermes bag will not give this handbags replica. The black Hong Kong-flavored shoulder replica handbags is engraved with a delicate kitten pattern, giving a kind of Playful and cute feeling.