RULFO, EL HOMBRE, EL ARTISTA
Hoy Rulfo estaría cumpliendo noventa y ocho años, nació “en el año de la Constitución”. Juan Rulfo, el de Sayula, Tonaya o San Gabriel, el mismo de la mítica Comala, el que contra lo que se pudiera suponer, no consideró la escritura como trabajo profesional. Escribía por gusto, la mayor parte de su vida se la ganó como burócrata y vendedor. Juan Carlos Pérez Rulfo Vizcaino cumpliría treinta y ocho años cuando se publicó su Pedro Páramo. Entre ésta publicación y su fallecimiento, en 1986, transcurrieron tres décadas, tiempo en el que vio crecer su prestigio pero no su economía; su novela y los cuentos reunidos en El llano en llamas (1953) se han traducido a medio centenar de lenguas, y los tirajes en español se han reproducido por cientos de miles. A los diecisiete años Rulfo abrazó su libertad e inició su oficio. A esa edad se entrevé que ya había asimilado los conflictos de la fe y la disciplina del orfanatorio y el seminario.
Emergió su vocación ¿Uno de sus gérmenes? el asesinato de su padre cuando él tenía seis años de edad. La crisis se acentuó cuatro años después con la muerte de su madre. En sus memorias se entiende que sumergió el duelo entre los libros de la casa de San Gabriel donde estaba la biblioteca de su abuelo materno y la del curato que alojado a al cierre de las iglesias, durante la Cristiada. La transfiguración rulfiana fue pausada y rotunda. Un decenio transcurrió desde la publicación de su primer texto “La vida no es muy seria en sus cosas” y la aparición de su Pedro Páramo (1955). Lapso fructífero en la escritura y fotografía, alternados con el alpinismo. Además de cientos de textos introductorios y cuartas de forros escritos en publicaciones del INI, unos sesenta textos; existen además unos cuatrocientos más sobre arquitectura, la mayoría inéditos. Rulfo también fue excepcional creador de imágenes, seis mil negativos lo avalan. Escribir y fotografiar: “Para mí el único oficio es el de vivir.”
Conciliar trabajo creador con sobrevivencia cotidiana fue, como de muchos, el reto vital de Rulfo, de quien debemos saber provenía de familias adineradas de los Altos de Jalisco: su abuelo materno, Carlos Vizcaíno, un millonario benefactor de huérfanos; la abuela materna quería un nieto sacerdote y la paterna un abogado. Uno de los motivos que lo llevaron al Seminario, fue la ilusión de viajar a estudiar a Europa tras el sueño de ser escritor. En 1935 Juan llegó a la ciudad de México donde con el apoyo de su tío ingresó al Colegio Militar; semanas después admite que no tenía dotes para la milicia. Se decidió por la literatura.
Antes, por recomendación de Ávila Camacho, ingresó a Gobernación –Migración–, donde a cambio de un modesto sueldo tenía muchas horas para escribir. Sus primeros diez años, se la vivió entre cambios de adscripción, viajes, y más de una vez suspensión de sueldo. En su expediente en Gobernación se evidencian los modestos puestos que desempeñó. Sus ausencias por “debilitamiento” fueron frecuentes; le llegaron a determinar indescifrables diagnósticos como “conmoción y choque nervioso”. Rulfo solicitó permiso en 1939. Tras cuatro meses regresó, había avanzado en “El hijo del desaliento”, novela que rompió por considerarla “retórica” y “rimbombante”. Se rescató un fragmento “Un pedazo de noche”. Los ingresos del escritor aumentaban con lentitud; aprendió las estrategias y ritmos burocráticos, y se sirvió de prebendas como los horarios flexibles, cambios de adscripción, por ejemplo, a Guadalajara, desde donde hizo breves viajes. Época en la que conoció a Clara Aparicio, ella tenía trece años, más tarde ella sería su esposa. Al tiempo conoce a Juan José Arreola, escritor editor que le publica algunos cuentos.
Rulfo se regresa a la ciudad de México. La idea de una novela le “daba vueltas”. Vive con un ingreso seguro aunque con restricciones. Asiste a conciertos y compra muchos libros de historia y fotografía. La lectura vertebró muchos años su vida, era habitual que se amaneciera leyendo. Deja la burocracia y se va de vendedor de llantas, viaja y conoce el país. Se casa. Sus presiones crecen, una hija y tres hijos con su esposa comparten su inestabilidad económica. Juan Rulfo fracasó tratando de conjugar creación y sobrevivencia. Él, como muchos, también diversificó sus actividades creativas pero lo remunerativo nunca lo alcanzó. Puedo afirmar que su sacrificio personal y familiar subsidió a sus lectores.
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