CAMBIOS
A mi mujer la operaron hace unos días de la nariz. Fue una operación delicada, pues el doctor le indicó que tenía el tabique prácticamente desensamblado de su base e inclinado en su parte de arriba hacia un lado, lo que ocasionaba la obstrucción de su poro izquierdo. Era una situación inusual, pero aun así haría todo lo posible por remediarla. La operación duró casi tres horas, tiempo durante el cual yo estuve en la cafetería del hospital, traduciendo unos poemas de Ian Wedde. Aunque la recuperación ha sido lenta, todo salió de maravilla. El problema, sin embargo, ha sido que mi mujer no se acostumbra a su nuevo rostro, que cambió ligeramente con la operación. Como el doctor tuvo que reacomodar su nariz, convertida ya en un gancho en su base, el rostro de mi mujer se transformó también. Cambia la parte, cambia el todo. Yo le insistí que la nariz (como lo era realmente) le había quedado incluso mejor, más respingada, como si le hubieran hecho una cirugía estética, pero ella lo negaba con la cabeza y se quedaba horas mirándose en el espejo, tratándose de acostumbrar a su nueva realidad. Han pasado un par de semanas y las cosas siguen igual. Mi mujer continúa tocándose el nacimiento de la nariz, los poros, los mofletes, como esperando, de súbito, reconocerse. Yo, mientras tanto, confirmo lo que uno ya sabe en la vida pero no logra comprender del todo: que nos cuesta mucho cambiar, así sea (como en el caso de mi mujer) para bien.
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