RAÍCES
Limpiaba el jardín trasero de maleza mientras mi hijo podaba por primera vez el pasto. Como el tiempo vuela, un día inesperado me di cuenta de que ya tenía la suficiente fuerza para encender la podadora y pasarla por encima del césped. Veía sus nacientes músculos en los brazos y movía la cabeza hacia un lado y hacia otro, un poco incrédulo de la forma en que se nos va la vida. Al llegar al camino de concreto que lleva hacia el patio exterior, me di cuenta de que entre las junturas había salido una planta de hierbabuena, que se las había averiguado para buscar la luz del sol y sobrevivir a las inclemencias de la sombra. No sólo me causaba asombro este hecho, también que sus raíces hubieran desensamblado la baldosa e incluso penetrado en el concreto, para hacerse un lugar en este mundo. Inmediatamente vi, sin entenderla siquiera, la relación que había entre mi hijo y la hierbabuena, la fuerza de las verdaderas raíces y la debilidad del concreto, y me dio gusto verlo cortando el pasto del jardín al lado mío, sus piernas empujando con vigor la podadora y la maleza rindiéndose, sin más remedio, ante su incipiente entereza.
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