ABUSO DE AUTORIDAD. Hace algunos años, cuando la Procuraduría General de Justicia del Estado compartía el edificio que hoy es la sede del Poder Judicial, ocurrió un hecho que fue el típico abuso de autoridad, el pan nuestro en el sexenio del porro Fernando El nene Moreno Peña, si bien el que esa vez incurrió en la irregularidad fue su procurador, Jesús Antonio Sam López, que acostumbraba utilizar el cargo como arma política contra los enemigos.
En esa ocasión me encontraba en la antesala del procurador por algún motivo que no recuerdo muy bien: pudo haber sido alguna demanda en mi contra por difamación y calumnias o algo por el estilo. No lo recuerdo bien, pero eso no es relevante en este caso. Esa área en la que me encontraba era muy concurrida por litigantes, judiciales, personal y demás gente relacionada con el ramo. De pronto, un periodista pasó esposado junto a mí, con un tipo calvito que caminaba atrás. Más adelante, al cruzar el umbral de una puerta que conducía hacia los separos, ambos desaparecieron.
A los pocos días supe que Gabriel Jiménez Mellado (qepd), el periodista esposado, había sido denunciado por una mujer por no pagarle su pensión alimenticia. Sin embargo, los detalles del asunto apenas los conocí hace poco, razón por la cual lo abordaré hoy en esta columna de culto.
El abuso de autoridad ocurrió porque el colega tenía un amparo federal que lo protegía de la acción de la justicia local. Pese a ello, dado que la intención era darle un “ejemplar castigo” a un periodista que lo atacaba en las páginas del desaparecido periódico Panorama, Sam López se pasó el amparo por el Arco del Triunfo. Antes de ser conducido a los separos, por donde yo lo alcancé a ver, Jiménez Mellado había logrado decirle a un abogado conocido por qué iba detenido, a fin de que actuara en su defensa.
El abogado logró hablar con el procurador para informarle que estaba violando un amparo federal de un hombre diabético. El funcionario, con su característica prepotencia, pasó por alto lo del amparo; pero a continuación comenzó a echar pestes sobre el detenido, lo que evidenciaba que su actuar era más un ajuste de cuentas que un acto de justicia. Así, ante la negativa de soltar a un detenido que estaba amparado, el abogado se dirigió al juez de distrito, cuyo domicilio se encontraba por el centro.
Cuando logró hablar con el juez, el abogado le informó al juez de distrito la situación mediante un escrito hecho a mano. El magistrado dijo:
--No dudo de su palabra, abogado, pero dígame: ¿en verdad no se hizo valer el amparo de su cliente?
--Así es, señor juez. El amparo no le importó al procurador.
CONTINÚA…
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A partir del Lunes 11 de Abril de 2011
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