CONTINUACIÓN…
ABUSO DE AUTORIDAD. El juez pidió a su secretaria que lo comunicaran de inmediato con el procurador. Se entabló la conversación entre los dos personajes:
--Señor procurador: está conmigo un abogado que dice que usted no ha respetado un amparo. ¿Es cierto eso?
--Ese detenido es un tal por cual (volvió a echar pestes el procurador sobre Jiménez Mellado); por eso está detenido.
--El detenido está amparado, de manera que le exijo que lo deje en libertad.
--Mire usted, (aquí citó al juez por su nombre de pila, no por su cargo), ese periodista es un tal por cual y no lo voy a soltar.
--En tal caso, señor procurador, le doy diez minutos para que lo deje en libertad, y eso sólo por una concesión hacia usted. De no cumplir lo que se le ordena, daré instrucciones para que elementos del ejército tomen sus instalaciones para que se le entregue ese hombre que está detenido indebidamente.
Enseguida, dirigiéndose al abogado, le dijo:
--Vaya usted a la Procuraduría para que se le entregue al detenido; si se niega el procurador, avíseme de inmediato.
Por supuesto, Sam López se negó a dejar libre a Jiménez Mellado después de que pasaron los diez minutos. Vuelta a llamarle al juez para avisarle de la negativa. De inmediato, el juez habló a la comandancia de la zona militar para dar sus instrucciones.
A los pocos minutos, máxime que la zona militar se encontraba enfrente de la Procuraduría, llegó un grupo de 33 militares con un capitán al frente, quienes se apoderaron del establecimiento en círculos concéntricos: once en un área, otros once en otra área más cerrada y once restantes –junto con el comandante— que llegaron a las puertas del despacho del procurador.
Algunos judiciales estaban armados esperando la llegada del ejército, pero se arrugaron al ver la precisión y disciplina con la que se manejaban los militares. En el despacho, el oficial exigió a Sam López la entrega del detenido. El procurador, también bien arrugado, se disculpó, responsabilizó de todo a los subordinados y, por fin, dio órdenes de que se dejara en libertad al periodista.
Todavía al salir, el subdirector de averiguaciones previas, Arturo Díaz Rivera (que, tiempo después, se convertiría en procurador), sudando la gota gorda por la puesta en escena de los soldados en la Procuraduría, le dijo al abogado:
--Pero hombre, Rogelio, me hubieras dicho que tenías un amparo.
--Pues se los dije a todos, pero nadie me hizo ningún caso.
Al salir libre, el periodista de origen sinaloense, con su marcado acento, le espetó al abogado a manera de saludo:
--Rogelio, tienes unos huevotes.
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