AL VUELO

ROGELIO GUEDEA | Opinión | 26/10/2014

La brújula de Séneca

Mi vida habría sido distinta de haber tenido, en la infancia, una brújula. No una brújula para indicarme el norte o el sur, el este o el oeste, sino para guiarme entre lo bueno y lo malo, simplemente. Me habría gustado saber qué hacer y qué no hacer en el justo momento en que uno necesita tomar una resolución, y en eso radicaría la función de esta brújula: sería una consejera y una amiga, como lo es todo buen libro. Pero no la tuve: así que me fui a dar siempre de bruces contra piedras, muros y abismos. Tal vez por eso desde que empecé a leer con más asiduidad, y esto fue entrada ya la adolescencia, lo hice al amparo de los filósofos grecolatinos, sobre todo de los moralistas, quienes precisamente nos instruyen sobre lo bueno y lo malo y nos despejan todas las dudas que nos surgen con respecto a las virtudes y los vicios, que en ocasiones tienen sus fronteras tan delgadas que suelen confundirse unas con otras. Filósofos como Platón, Aristóteles, Cicerón, Séneca, etcétera, empezaron a convertirse en la brújula que yo necesitaba para no darme contra esas piedras, muros y abismos que he mencionado. Nunca sabría que, muchos años después, luego de un número considerable de lecturas y de libros, escribiría uno que iba a ser una especie de agradecimiento a todo lo recibido por estos autores, pero también mi contribución al arte del bien vivir, sobre todo para los jóvenes. Este libro ha sido publicado hace apenas unos días por el Grupo Editorial Almuzara, en España, y se titula precisamente La brújula de Séneca: manual de filosofía para descarriados. Lo antecede, precisamente, un epígrafe de Séneca, filósofo al que le tengo un afecto especial, que dice: “largo es el camino de la enseñanza por medio de teorías; breve y eficaz por medio de ejemplos.” Espero que mi manual sea, para quien lo lea, esa brújula que yo no tuve cuando era niño, y también, por qué no, ese amigo leal que todos necesitamos, tarde o temprano, en nuestras vidas.