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AL VUELO

ROGELIO GUEDEA | Opinión | 10/08/2014

TACOS DE ADOBADA

Hago un pausa (estoy sinceramente cansado de mirar el paisaje) para contarles sobre el último debate en que mi mujer y yo nos hemos enfrascado. Pues resulta que encontramos, así nada más porque sí, chile pasilla y guajillo en un supermercado, en ese que nunca nos imaginábamos que íbamos a encontrar ni un huevo. Entonces brincamos de contentos. Dijo mi mujer: haremos tacos de adobada, y compró un kilo de carne de puerco. Hice así con el dedo, de esa forma que ustedes ya saben, así y así, y le dije: el doctor, polla, me tiene prohibida la carne de puerco. No te morirás con un día que comas, dijo, convincente, mi mujer. En estos casos es cuando más convincente es siempre, dicho sea de paso. Adelante, pues, asentí. No bien nos bajamos del coche, le dije: ya les veo el caldito. ¿El caldito?, saltó mi mujer. Sí, como en la Ford, repliqué, refiriéndome, para aquellos que no lo sepan, a los tacos de la Ford, esto es a los tacos donde antiguamente en Colima estaba la agencia de coches Ford y que ahora ya no existe ni tampoco está ahí la taquería, sino más adelantito, a un lado de la gasolinera, pero como suele pasar en estos casos ya no hay forma de reconocer esos tacos si no se les nombra como los tacos de la Ford. Entonces mi mujer saltó: yo quería la carne doradita, como los de Carmelo, dijo refiriéndose a los tacos de Carmelo, que, para aquellos que no lo sepan, es la taquería de quien fuera entonces el dueño de esos tacos, de nombre Carmelo, aunque ahora ya pertenecen a uno de sus familiares y sólo de vez en cuando asoma por ahí la cabeza el guatón, pero como suele pasar en estos casos ya no hay forma de reconocer esos tacos si no se les nombra como los tacos de Carmelo. Mi mujer y yo bajamos del coche entrampados en este duro debate. Yo le explicaba que si lo hacíamos al modo de la Ford el juguito de la carne lo podíamos utilizar para embadurnar las tortillas, además de que, pensando en los hijos, la carne estaría más blandita, pero mi mujer alegaba que ella pensaba en tacos con la carne doradita para que supieran a verdaderos tacos de adobada y no a chilayo. Lo del chilayo me hizo realmente molestar, pues el chilayo está hecho con hueso de espinazo, así que le dije que si ese era el caso entonces yo no pediría tacos sino pozole, con un hueso de espinazo y sesos y hasta cuerito. A mi mujer entonces se le pusieron los pelos de punta y me dijo que ella sabía muy bien lo que era un chilayo y que si había puesto ese ejemplo era nada más para hacerme ver que los verdaderos tacos de adobada no llevan caldo sino que la carne va bien doradita por un lado y por otro, y bien picadita, pero que si no me gustaba el ejemplo entonces pensara en el tatemado. El ejemplo del tatemado me irritó más, sinceramente, y entonces fue que le dije que mejor no tenía ganas de tacos de adobada ni de tacos de nada, y ella me dijo que viéndolo bien ella tampoco tenía ganas de tacos de adobada ni de nada, y que no sabía siquiera por qué había comprado el kilo de carne de puerco si a mí en realidad me hacía daño, como me hace daño el huevo y el atún frito y los frijoles cocidos y todo me hace daño, y yo le dije que fue una mala pasada haber encontrado el chile pasilla y guajillo en ese supermercaducho de mala muerte en el que nunca encontramos ni un huevo, y que mejor hubiera sido bueno no encontrar nada, y así fue que entramos a la casa, nos sentamos en el sofá de la sala, uno en el extremo del otro, así como estoy ahora, y es hora que ni siquiera nos dirigimos la palabra. A ver si al rato me como un sándwich.

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