MECÁNICOS
El mundo ha cambiado demasiado y yo muy poco, o viceversa, pero de pronto me encuentro como platicando con un fantasma o un sordo. No lo entiendo. Ayer, por ejemplo, fui a recoger mi coche, que tenía ya más de diez días con el mecánico. Se me descompuso la marcha de encendido y me dejó prácticamente tirado en la calle. Tuvo que venir el mecánico a llevárselo a rastras, atado a una cadena. Pensé que se trataría de algo sencillo, pero nada. La pieza tardaría diez días en llegar. O sea: diez días sin coche. ¿Qué hacer? Un buen amigo me prestó uno suyo, que fue como arrojarle un salvavidas a un náufrago. Ayer, decía, fui a recoger mi coche y el mecánico me pasó a su pequeña oficina, muy limpia y ordenada, por cierto. Como si fuera a anunciarme una enfermedad mortal, me dijo que en realidad quería decirme que de aquí en adelante, por la edad de mi carro y el kilometraje, lo mejor era comprar otro ya. Tú necesitas un carro más grande, dijo, y yo sentí, de pronto, que había tenido puesta una camarita dentro de mi casa, sin darme cuenta, y se había enterado de mis necesidades, mis angustias y hasta de mis manías. Me hablaba como si viviera conmigo, el mecánico. Además, ocupas un carro de cuatro puertas. ¿Un Nissan?, le pregunté nomás para cerrar la boca, porque ya babeaba. No, dijo, tus niños y tu mujer necesitan un Toyota. Ay, cabrón, pensé, ya le conoce el gusto a toda mi familia. No compres carros europeos. No, eso no. Y como subes y bajas mucho la colina, ni se te ocurra un Yaris. Necesitas un carro con una máquina fuerte, ¿ok? Sí, un carro con una máquina fuerte, repetí, moviendo la cabeza de arriba abajo, como un pendejo. No pongas tanto dinero bueno en un carro tan viejo, sentenció. Hasta entonces yo creía que tenía un buen carro, incluso le acababa de pintar el cofre y tapizar el cielo. Le arreglé las puertas. Recién lavado parece realmente nuevo. En serio: qué reluciente que se ve. Mientras esto pensaba, vi que el mecánico puso la factura frente a mis narices, en una esquina del escritorio., con sus dedos largos y venudos. Aquí atrás del taller creo tener el Toyota que necesitas, dijo entre dientes. Cuando vi la cantidad, escrita con letra azul apretujada, pude entender la razón de tan elocuente prefacio. Pero no me fui de espaldas: por puro orgullo.
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