ESCRIBIR
Uno siempre escribe desde afuera. En otra parte de uno: más alta, más baja, hacia un lado o hacia otro. Pero desde afuera. Esa realidad es distinta a la otra realidad: acaso la comunique un pasadizo, un pequeño puente que se abre y se cierra, y que no tiene fondo. Se escribe siempre desde otra parte. Adentro incluso es afuera. Nunca el mismo lugar que el que usamos para vestirnos, soñar, alegrarnos, recordar. Son dos mundos distintos: y el mismo. Yo, por ejemplo, no escribo desde Nueva Zelanda, ni desde México, sino siempre desde otro lugar, distinto, distante. Siempre desde afuera. Tampoco escribo desde mi cuerpo (mis manos, mi boca, mis ojos, mi paladar), ni desde mi escritorio. Estoy en otra parte (más alta o baja, más izquierda o derecha), siempre. Cuando intento asir mi voz, mi voz se escurre, se disuelve, desaparece. No es mía la voz con la que escribo. Soy su forastero. Uno siempre escribe desde afuera: ese lugar incierto que solemos ser, consuetudinariamente, sin darnos cuenta.
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