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SIN MÁS…

PEDRO PUENTE PÉREZ | Opinión | 02/03/2014

Mi padre ya está a punto de cumplir los 101 años de vida y sigue muy sano, aun camina bien para su edad, lee mucho y, hasta hace pocos años, leía sin lentes y, sobre todo, que tiene muchas historias que contar.

Precisamente este domingo caminaba yo acompañado de mi hijo, mi hija y mi esposa y les comencé a platicar de algunas de las historias o experiencias que mi padre me contaba, en eso mi hijo me dice: Papá, deberías publicarlas y ponerle al libro el titulo de “Historias del Centenario”, título que me pareció acertado.

La siguiente es una de esas historias que me contó mi padre hace muchos años, en ese entonces yo tendría cuando mucho 10 años de edad y es por eso que no recuerdo del todo como ocurrieron los hechos.

Hace muchos años, cuando yo ni siquiera estaba en los planes de nacer, ya que soy el último de 9 hermanos y hermanas y mi hermano mayor tendría aproximadamente 15 años, mi padre tenía una panadería propia, la cual la atendía de todo a todo, ayudado por, creo, dos de mis hermanos mayores que en ese tiempo eran los únicos que habían nacido (claro, sin contar mis dos hermanas mayores que también ya vivían), él hacía los panes, los horneaba, salía a vender e incluso, para ahorrarse un dinero extra, compraba papel para envoltura y durante el día fabricaba las bolsas para el pan.

Debido a que en esas épocas la gente de Colima salía a trabajar muy temprano o iban a misa a las 5 de la mañana, me contaba mi padre que aun de madrugada tenía que salir a vender el pan y se ponía en una de las esquinas de la calle Madero.

Entre sus mucha clientela se encontraban dos hermanas ya mayores que, al parecer, nunca se casaron, y diario llegaban a comprar pan; eran de esas clientas que aunque lloviera fuerte no faltaban a la misa de las 5 de la mañana. Para identificarlas les pondré el nombre de Lupe y Alicia.

Pero uno de esos tantos días, por azares del destino, cuando las hermanas llegaron a compra el pan intentaban pagar con un billete de alta denominación (talvez de 5 ó 10 pesos de aquellos años) y debido a que mi padre no tenía para darles el cambio, se llevaron el pan con la promesa de pagarlo al siguiente día al salir de misa.

Pero al otro día las hermanas ya no se presentaron a comprar pan y así pasaron varios días hasta que una mañana llegó Lupe y le dijo “Don José vengo a pagarle el pan que le quedamos a deber”. Está bien contestó mi padre y le preguntó por su hermana Alicia a lo que le dijo; “ella está bien, se quedó en la casa”. La mujer cubrió la deuda y dijo que ese día no llevaría pan por lo que se retiró y se perdió en la aun oscura madrugada.

Unos días después llegó Alicia con mi papá y le dijo lo mismo: “Don José vengo a pagarle el pan que le quedamos a deber”, mi padre extrañado le dijo no señorita Alicia, “el martes de la semana pasada vino su hermana Lupe y me lo pagó”.

Ella aun más extrañada que mi padre le dijo “no puede ser posible don José, porque un día antes mi hermana Lupe falleció”.

Después estuvieron platicando sobre lo que había sucedido, al final Alicia insistía en pagarle el dinero de pan que le debían pero mi padre se negó a recibirlo diciendo que esa deuda ya la había pagado la señorita Lupe y le dijo que en todo caso mejor empleara el dinero para mandarle decir alguna misa.

Después Alicia se fue caminando y se perdió entre las calles de Colima.

Esta es solo una de las muchas historias que mi padre solía contarme y que, espero, retomaré sus pláticas para rescatar esas “Historias del Centenario”.

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