CURIOSIDADES DE LA ANTIGUA ROMA (1)
Tomando apuntes publicados por el historiador español Javier Sanz, les comparto estas peculiares indagaciones sobre los usos y costumbres de la Roma antigua. Como sabemos, el agua que llegaba a la ciudad de Roma a través de los acueductos se almacenaba en grandes depósitos desde donde se distribuía a las panaderías, las casas y los baños. Parte del agua sobrante de estos usos iba a la red de alcantarillado: la Cloaca Máxima, cuya construcción se inició en el siglo VI a.C. por Tarquinio y que fue ampliada en siglos posteriores, infraestructura hidráulica que recogía las aguas residuales de las casas (red que no cubría toda Roma y mucho menos las zonas de las clases bajas) y de las letrinas públicas -latrinae publicae- para llevarlas hasta el río Tíber. El problema era cuando estas aguas, lo que era muy común, se regresaban por las crecidas del Tíber.
En la ciudad de Roma se distribuían estratégicamente decenas de letrinas públicas (en el siglo IV había 144 con más de 4 mil plazas) para satisfacer las necesidades fisiológicas de la población. Letrinas que consistían en un banco de mármol con agujeros en los que había que sentarse a evacuar, mientras que por abajo una intermitente corriente de agua arrastraba los desechos. A modo del actual papel higiénico, en dichas letrinas se utilizaba un palo que llevaba en un extremo una esponja de mar (spongia). Como no había separación superficial entre los huecos de uso, se compartían esos momentos de intimidad con desconocidos. En teoría, después de usarse la spongia debía enjuagarse y limpiarse para el siguiente, y cada cierto tiempo cambiarse. Lo que como pasa, ese trabajo sucio poco o nada se atendía. Existía, además la travesura de echar pelotas de lana ardiendo a las alcantarillas, las que al paso combinado por los gases ocasionaba serias quemadas a los genitales expuestos.
Pero no solo en eso fueron adelantados los romanos utilizando su talento en la canalización, distribución y uso del agua, también lo hicieron a la hora de reciclarla. En las letrinas que la alta sociedad tenía en sus casas, se reciclaba el agua usada en los baños para los retretes, y en casas no tan pudientes pero que también disponían de letrinas, se situaban cerca de las cocinas para reciclar el agua, misma que usaba para lavar los utensilios de la cocina.
Otro uso curioso entre el pueblo de la Antigua Roma, destaca su libre comportamiento sexual, que nada tiene que ver con el pudor casi congénito que hoy en día nos produce este tema a causa de la educación judeo-cristiana y formación cultural recibida. Pero tampoco debemos pensar que todo era miel sobre hojuelas en cuanto a libertades de los romanos, y de ello se ocupó César Augusto. Para restaurar las bases morales del matrimonio y evitar comportamientos escandalosos como el adulterium (acto sexual con una mujer casada) y el stuprum (acto sexual con una viuda, una virgen o una mujer menor de edad) en el 17 a.C., el emperador promulgó la Lex Iulia de Adulteriis Coercendis.
Propia de la época, era una ley clasista (diferenciaba las penas aplicables a patricios y plebeyos) y, a nuestros ojos, machista (esta ley estaba dirigida fundamentalmente a preservar la castidad de la mujer casada). Entre muchas otras cuestiones, en esta ley el adulterium se convertía en una causa penal: Los dos culpables eran castigados con penas de destierro y, además, se les confiscaba una parte de sus bienes. El padre podía matar a su hija adúltera y a su amante si los sorprendía in fraganti en su casa o en la de su potencial yerno, pero siempre y cuando fuese en ese momento.
En estas mismas circunstancias, si era el marido el que los sorprendía, podía matar al amante de su esposa y estaba obligado a divorciarse de ella. Si el esposo no se divorciaba podía incurrir en lenocinium (o consentimiento del adulterio cometido por la esposa). Además, en este último caso, el marido podía retener al amante durante 20 horas para atestiguar un acto humillante y vergonzoso que se infringía al adúltero. Lo habitual era su sodomización con un rábano picante a manos de un esclavo (preferentemente nubio –Negro africano, mezcla de egipcio y árabe-) o por él mismo, si así le placía.
Continuará…
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