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LECTURAS

NOE GUERRA PIMENTEL | Opinión | 22/09/2013

MALES CON REMEDIO

Cada año, cada temporada es lo mismo, si no son terremotos, son ciclones, si no eso las inundaciones en una constante que de haber aprendido a tomar las previsiones ya ni nos debieran preocupar en este México nuestro que no acabamos de construir, ni materializamos, que no concretamos, que postergamos entre todos en el “Ahí se va” y en el “A mí qué”, expresiones cómplices del abuso, la demagogia y la corrupción ya como normales en este país surrealista, como lo definiera Bretón, de una sociedad radicalizada como la nuestra, donde solo aplica la Ley de Herodes, la de “¡Aquí, chingas o te jodes!”.

Urge revisar causas y efectos de los mal llamados “desastres naturales”, hay que pasar de la idea del desastre como un evento a un suceso que es consecuencia de las decisiones del pasado que en conjunto, nos llevan a daños y pérdidas. A lo largo de la historia se toman decisiones, que toman las familias que eligen dónde vivir, las autoridades locales que permitieron colocarse en un lugar sobreexpuesto. Analizando, da la impresión que no existe protección civil. La magnitud de las precipitaciones y la destrucción pudieron evitarse con el óptimo funcionamiento de los sistemas de alerta. Los meteorológicos no han logrado incluir a la mayoría de la población ni hacer que los pronósticos avisen con precisión las amenazas o, peor: se acallan “para evitar otros males”.

La población no es responsable de los daños al decidir dónde vivir, la gente tiene limitaciones para actuar respecto a su propia seguridad, debido a su pobreza. La mayoría de la población piensa más en qué va a comer mañana que en su patrimonio y propia seguridad. Que los ramaderos y sombrilleros de la playa, que las familias serranas, que el deslave, la erupción volcánica, el descarrilamiento del tren, la volcadura del tractocamión, la explosión de la refinería, la contaminación de la termo, la fuga de gas, el derrumbe del cerro, la caída del puente, el desplome del edificio, el derrame de petróleo, el socavón, el alud, la epidemia, etc., etc., y tantos otros acontecimientos más, cuyas causas son las mismas: la corrupción y la miseria que combinados cada año nos reportan saldos de sangre con cientos de muertos, desaparecidos y miles de damnificados por toda la geografía nacional, sucesos que, pudiendo evitarse, parecieran patrocinados.

“Son accidentes”, “No hay culpables”, “Fue un desastre natural”, suelen decir quienes con ello ocultan a los que hicieron esos “accidentes” los nombres de los culpables que por omisión, sumisión o acción deliberada crearon lo que de origen ha propició dichos saldos de muerte y dolor. Los que justifican, son los que “a toro pasado” aparecen para repetir las mismas soluciones provisionales, esas asistencialistas que a vuelta de año volverán a implementar en un cuento de nunca acabar y en el que los perjudicados, aparte de las víctimas, seguiremos siendo los que con nuestros impuestos pagamos las ineptitudes y actos de corrupción de quienes hacen lo que quieren y aprovechan un sistema de complicidades y simulaciones en el que no se ejerce la ley.

Ya basta de anteponer costos políticos, ya no más quienes pensando en el siguiente cargo, con demagógicas acciones y actitudes cínicamente populistas actúan solo por sus supuestas rentabilidades y, si es posible buscando sumar lucrando con la desgracia ajena, con el dolor de otros, con actitudes vergonzosas y trilladas que van desde entregar la “ayuda (una despensa de 50 pesos)” o cobijas regaladas a los afectados y de paso aprovechar para la chantajista imagen con la viejecita llorando, con el hombre sin nada que rompe en llanto, con la mujer en la desesperanza o el niño huérfano.

Ya no más oportunistas interesados ni aprovechados gestores de ayudas, ya no más limosnas a la inmediatez, ni más disimulo de quienes por obligación tienen la responsabilidad de auxiliar, atender y ayudar a quienes enfrentan las peores consecuencias de fenómenos naturales que como tales, seguirán repitiéndose y de cuyos saldos, al tiempo, los únicos culpables serán, como los del pasado, los negligentes que esta vez no hagan lo que por sentido común y porque la ley les obliga lo que de manera inaplazable, efectiva, transparente y a fondo deben hacer.

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