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PARACAÍDAS

ROGELIO GUEDEA | Opinión | 02/08/2013

EL FONCA Y LA INDUSTRIA DE LA BECA EN MÉXICO

En Nueva Zelanda, país donde resido desde hace más de ocho años, no existe la industria de la beca a creadores. Existe, sí, una institución (Creative New Zealand) que apoya proyectos artísticos, pero jamás comparable al monstruo en el que se ha convertido, desde su instauración con Salinas de Gortari en 1988, la burocracia del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca).

Se le siente tan inmanente a nuestro sistema que se le considera imprescindible para la evolución de nuestro arte y cultura, pues sin ella, según se lee aquí y allá, se reduciría a cenizas.

Hace poco el Fonca emitió la nueva convocatoria para las becas del Sistema Nacional de Creadores de Arte (SNCA), que reducía considerablemente el número de beneficiados (esta vez a 100) y aumentaba, al parecer, al doble el monto mensual, no dando derecho a renovación. La reacción de muchos creadores afectados fue incendiaria. Acusaban injusticia. Tan incisiva fue su protesta que apenaba no verla apuntalada hacia causas que laceran aún más a nuestro país.

Para quienes no conocen el sistema de becas en México, es muy simple: el gobierno da al creador un estímulo económico mensual para que lleve a cabo un proyecto artístico o cultural, regresando a cambio lo que llaman retribución social, enfocada básicamente en participar en actividades de difusión, gestión y capacitación durante el periodo de ostentación de la beca.

El objetivo es que la herencia cultural de México crezca y se enriquezca con estas obras. La contrariedad es que han transcurrido más de dos décadas y aún no se nota ningún cambio sustancial, ni en lo cultural ni, mucho menos, en lo social.

No ha crecido a la par de la industria de la beca, por ejemplo, una industria de lectores. Tampoco vemos que las obras convertidas en parte de nuestro legado cultural sean precisamente las que fueron “subsidiadas”. Mucho menos notoria es la diferencia entre los tiempos en que la industria de la beca no existía y los tiempos de su instauración.

Lo que sí es evidente, en cambio, es que el sistema político corrompió en la misma proporción al sistema cultural y ahora, desafortunadamente, corre su misma suerte: nadie cree en él. Un dato lo corrobora: la mayoría de los depositarios de las prebendas culturales están al servicio del gobierno en turno.

El propósito, pues, de construir un legado cultural real para México a través de todo este conjunto de obras (que muy pocos ven, leen o escuchan, dicho sea de paso) agoniza o, quizá, está muerto. El Fonca, por tanto, ya no es necesario.

Lo que los creadores están obligados a exigir al gobierno son oportunidades de educación y de trabajo decoroso no sólo para ellos mismos sino para los casi cincuenta millones de pobres que existen en México.

No olvidemos que más de la cuarta parte de estos cincuenta millones son indígenas que viven en la extrema pobreza y en el completo olvido. Y, aunque nadie lo crea, en lo último que pensarían es en sentarse cómodamente a leer uno solo siquiera de los miles de libros que produce la industria de la beca en nuestro país.

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