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SIN MAS…

PEDRO PUENTE PÉREZ | Opinión | 21/07/2013

Ahí está él, sentado como todos los días en la misma mesa, en la misma silla, en el mismo rincón y solo, siempre solo y tomando siempre de esa botella que parece que es interminable.

Llega diario a la cantina del pueblo desde temprana hora, sin hablar, sin voltear a ver a nadie y sin saludar se instala en la mensa de siempre, el cantinero solo por cortesía le pregunta que va a tomar, pero ya sabe que la pedirá una botella de la misma bebida y se retira hasta después de las 7 de la tarde; parece que tiene medido el tiempo, pues cuando se acercan para decirle que ya cerrarán el lugar justo se toma el último trago de la botella.

Su edad, creo que nadie la sabe, es viejo, dicen que tiene más de 70 años, su piel se ve arrugada pero siempre luce limpia.

Quienes lo conocen, si se puede decir así, comentan que algunas ocasiones lo han visto llorar, dicen que de pronto se queda mirando al suelo, hunde su cara entre sus manos y así se le ve sollozar, se le ve llorar por un rato, después se limpia las lágrimas y sigue tomando.

De acuerdo a las leyendas que rondan en el lugar sobre su vida, expresan que cuando era joven se enamoró de una mujer, se casaron y él vivía solo para atenderla, trabajaba para cumplirle todo lo que le pedía y, aseguran que, hasta dejo de visitar a su mamá por estar siempre con su esposa.

Cuentan que era un empresario que tenía un negocio que le dejaba bastante dinero lo cual le daba la oportunidad de “consentir” a lo que él llamaba el amor de su vida.

Pero no todo era felicidad y a los pocos años de matrimonio un día al despedirse de su amada por la mañana para ir al trabajo sintió una sensación extraña, no estuvo a gusto en el trabajo y decidió regresar a casa antes de lo previsto.

No lo hubiera hecho… encontró a su esposa en el lecho nupcial con otro hombre.

Impactado por la escena decidió tomar las cosas con calma y sin hacer gran escándalo ella decidió abandonar ese hogar y el matrimonio para irse con su nueva pareja.

Poco tiempo después ella fue abandonada ya que su pareja no le dio la vida a la que estaba acostumbrada; dicen que fue a buscarlo pero él ya no quiso recibirla y la mujer se fue.

Desde entonces él empezó a tomar, poco al principio, pero lo que lo hundió de manera estrepitosa en el vicio fue que un día se la encontró de nuevo. Ella trabajando de prostituta por las calles de una ciudad cercana, la vio de lejos, ella también lo vio, quiso correr a saludarlo pero él se dio media vuelta y se perdió por las calles en donde se metió a una cantina y empezó a tratar de ahogar sus penas.

Al otro día temprano regresó al pueblo y luego de llegar a su casa, dejar el auto y darse un baño, salió a la calle y se fue directo a la cantina en donde se sentó en aquella misma mesa, en la misma silla y en el mismo rincón en el que se le ve desde hace ya muchos años solo, siempre solo y tomando siempre de esa botella que parece que es interminable.

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