LA MIRADA CLÁSICA
Estoy dando un curso sobre Madrid. Quiero decir: sobre la ciudad en general tomando como ejemplo Madrid. Para mi introducción traje a clase algunas lecturas de autores clásicos. Traje a Aristóteles, Platón, Cicerón, Tomás Moro y Montaigne. Mis estudiantes no los conocían. Mientras leían los pasajes que estos escribieron sobre la ciudad, tan precisa y reveladora, yo pensaba en la forma en que habían penetrado de tal modo la realidad sin tener las herramientas ni contar con la información que hoy tenemos. De pronto me evadí de lo que ahí se estaba leyendo y pensé sólo en los clásicos: su forma de ver la realidad. Y pensé: cómo hacerlo ahora, cómo distinguir el canto de pájaros o murmullos de la gente, el paso del viento e incluso del tiempo, si observamos las fachadas de las casas, los rostros de los transeúntes, diariamente, pero cómo llegar a ello si pasamos horas con los audífonos puestos, el computador en las narices, el televisor encendido hasta altas horas de la noche. Cómo si no queremos ya ver. Creo que fue una estudiante la que me trajo de nuevo a la clase, con una pregunta sobre ese pasaje de Montaigne en el que, en sus Ensayos, cuenta sobre los sacrificios humanos de los indígenas mexicanos. Entonces empecé a explicar a mis estudiantes lo importante que era, sobre todo, no saber qué observar y cuándo, sino, mejor aún, cómo observar. Y que eso los clásicos nos lo enseñaban, les insistí. Pero me temo que nadie me hizo caso.
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