Recuerdo ese día en que se fue, no quiso voltear atrás y por la ventana del autobús simplemente levantó la mano y su boca esbozó una sonrisa forzada que más bien parecía una mueca; su nombre… Juan Enrique.
Como equipaje llevaba solo dos camisas y un pantalón metidos en una mochila.
Antes de subir al autobús abrazó a su esposa y luego de darle un beso le dijo que la amaba y no la olvidaría; después abrazó a su hijo y depositó un beso en la mejilla y tras decirle cuanto significaba para él le prometió que volvería; se le escapó una lágrima de sus ojos, una lágrima de dolor al abandonar a sus seres más queridos, que mojó la cara del bebé.
Abordó camión que lo separaría de su tierra, de su gente y de su familia, se sentó pesadamente en el asiento asignado y hundió la cara en sus manos para que nadie viera que estaba llorando calladamente, no quiso que nadie supiera de su dolor.
Mientras que en el andén de la terminal de autobuses se quedó su esposa y su hijo viendo partir el ómnibus que les arrancaba parte de su vida, ella apretó fuertemente al niño y lloró amargamente la partida de su esposo.
Varias horas después Juan Enrique llega a su destino: Tijuana. El objetivo: pasar a los Estados Unidos de “mojado”, pues la situación económica y la falta de empleo lo levaron a tomar ese objetivo, todo con el sueño de trabajar y mandarle a los suyos ese dinero para que su hijo crezca sano y su esposa pueda atenderlo.
Tras esperar cuatro largos días y sin dejar de pensar en los que dejó en su tierra, pudo pasar a California en donde, con mucha suerte, pudo conseguir trabajo, ¿en que? eso no importa, solo quiere ganar dólares para mandarle a su esposa.
Han pasado más de cinco años desde su partida y quincena tras quincena de manera puntual Juan Enrique ha mandado dinero a su esposa; su hijo ya creció y va al Jardín de Niños, pero a diario, antes de dormir, le pide a su mamá le platique de su papá para después rezar y pedirle a Dios que lo cuide y que pronto regrese: “te pido por favor cuides mucho a mi papito y ojala pronto puedas traérmelo porque tengo muchas ganas de abrazarlo y besarlo”.
Su esposa, por su parte, antes de dormir pide en silencio por su esposo y abrazando fuerte una fotografía de él, le da un beso y a diario llora en silencio por su ausencia, pero sin perder la esperanza que regrese.
Mientras que él todos los días se acuesta pensando en su esposa y en su hijo y piensa en el día en que regresará a su casa y los tendrá de nuevo en sus brazos.
Juan Enrique regresó a su tierra, con su familia, si hijo lloró de alegría y lo abrazó fuertemente diciéndole cuanto lo quiere y cuanto lo extrañó; su esposa no paró de besarlo y decirle cuanto lo ama y él no pudo soportar el llanto y lloraron los tres juntos. Por fin juntos.
El sacrificio y las lágrimas valieron la pena, el amor de la familia los mantuvo siempre unidos, siempre juntos aunque estuvieran a miles de kilómetros de distancia.
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