Pasó frente a mi caminando lento, con la mirada perdida y sumida, tal vez, en sus propios problemas, desde lejos se notaba que no había comido desde hacia unos días y si lo hizo fue buscando alimento en los deshechos entre la basura.
Desde que la vi cruzar la calle noté como su semblante era de tristeza, una tristeza que no podía ocultar, una tristeza que salía de su cuerpo sin pedir permiso.
La gente que pasaba junto a ella se hacía a un lado, quienes iban acompañadas murmuraban entre ellas, talvez hablando de lo que estaban viendo.
Era ya muy noche para que anduviera sola en la calle y la observé hasta que se perdió en la oscuridad con su paso lento, pausado y sin prisa.
Me decidí y la seguí, no me costó trabajo ni me llevó mucho tiempo alcanzarla, estaba a unos pasos de tocarla y hablarle cuando miré que una cuadra adelante estaba un puesto de tacos con sus luces y aroma que invitan a comer.
Apresuré el paso y la dejé atrás por más de 30 metros.
Llegué y pedí cinco tacos para empezar.
Poco después ella pasó caminando aun más lento, como queriendo saborear y llenar ese estómago vacío con el olor, volteó a ver las tortillas calentadas, la carne y las salsas listas para servirse.
Pude distinguir perfectamente unos ojos tristes pero de un color gris muy especial.
Me decidí y al pasar cerca le pregunté:
-¿Como te llamas?-
Con una voz suave, muy despacio me contestó: -me llamo…- que importa el nombre cuando hay hambre, cuando no tienes felicidad y nadie te extiende la mano para apaciguar el hambre.
Esa noche la invité la cena, -es la cena más especial que he tenido- me dijo.
Me contó que vive con su familia, su mamá y tres hermanos más, el papá las abandonó o se fue de mojado a los Estados Unidos (que más da), su mamá no tiene trabajo desde hace 15 días y no tienen para comer por lo que ella, a sus escasos 10 años de edad, se ve en la necesidad de salir a buscar que llevar de comer para su hermanitos.
Llevaba 20 pesos en la bolsa, suficiente, dijo, para comer mañana aunque sea tortillas, -lo que me importa es que coman mis hermanitos-.
Se terminó su cena me dio las gracias y antes de marcharse le hablé para que le llevara de cenar a sus hermanitos y su mamá, además de darle un poco más de dinero para que pudieran comprar “algo” más para comer.
Su pago fue una inmensa sonrisa de agradecimiento y un muchas gracias.
Cada que había oportunidad trataba de pasar por el mismo lugar y a la misma hora para que esa niña llevara una cena caliente para ella y su familia.
Ahora su mamá ya trabaja y ella ya no sale a buscar para llevar a su casa un poco de dinero, va a la escuela y, aunque su rendimiento no es excelente, tiene el sueño de ser una maestra o doctora cuando sea grande.
Mientras que uno de sus hermanos quiere ser maestro, otro ingeniero y el más pequeño sueña con ser bombero.
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