LA CONSTITUCION, JUEGO DE ESPEJOS
Nuestra Constitución Política vigente (de los Estados Unidos Mexicanos y no de “México” como por encargo o hueva, lo pretendió el “Catedrático de Harvard”), de 1917 a la fecha lleva más de 500 reformas en sus solo 136 artículos de contenido. Es evidente que en el mejor de los casos desde su inicio y pese a los avances en derechos sociales, quedaron espacios inacabados que se han tratado llenar, aunque la realidad es que se ha venido ajustando desde las circunstancias imperantes, tanto a nivel interno como foráneo, lo que no sería malo, pero el caso es que no siempre han sido a favor de la gente.
Sin duda la voluntad en aquel momento crítico para el país en plena revolución y convulsionado por las asonadas y divisiones territoriales, como ahora mismo, era imperante y fundamental contar con un acuerdo político nacional que definiera reglas de convivencia y atemperara los ánimos, tratando de cumplir con los propósitos y aspiraciones de una sociedad en construcción, esfuerzo que vemos ha resultado insuficiente principalmente frente a las permanentes presiones de los grupos fácticos del poder que desde siempre han antepuesto sus privilegios por sobre el bienestar general y aquí me refiero al clero católico, los banqueros, trasnacionales, sindicatos charros corporativos, monopolios y hasta los narcos.
Por ello en este país y como parte de nuestra cultura jurídica, nos resultan normales las permanentes reformas constitucionales, inclusive estudiosos de la misma señalan que la de México “es una Constitución dotada de gran dinamismo y especificidad tal que complica su reglamentación y anula su ejecución”, situación por la que desde hará tres décadas y aún continúa el dilema entre aplicarla o convocar a un nuevo congreso constituyente para hacer otra, esta vez una nueva y no como la actual que solo reformó a la de 1857.
Ante sus implicaciones se ha optado por lo fácil, reformarla sin ton ni son y muchas veces solo de acuerdo, como ya lo dije, a circunstancias momentáneas, presiones y chantajes o “compromisos” de campaña. En esa inercia se han hecho la mayoría de las reformas y los ejemplos son muchos, muchísimos los acumulados a lo largo de más de nueve décadas, práctica que los tiempos actuales demanda cambiar para atender el reclamo general, el sentir de la sociedad a la problemática de la población y anteponer ésta sobre los consabidos intereses particulares cupulares de unos que por costumbre han visto al cuerpo legislativo en turno más que la legítima representación popular que debe ser, como a parte de su servidumbre a la que solo hay que dar órdenes.
Sin ser jurista ni mucho menos perito en la materia, como simple ciudadano coincido con quienes siéndolo se han pronunciado a favor de redactar una nueva Carta y que ésta se funde en nuestras condiciones reales, en objetividades, lejana de toda simulación, en la que al pan, se le llame pan y al vino, vino. Sencillo.
No como el estatuto actual que apologiza el federalismo y se actúa desde el centralismo, se discurre sobre libertad de cultos y se insiste en la hegemonía de uno, de prohibición de monopolios y se tolera y protege al hombre más rico del mundo y a dos televisoras especuladoras del espectro, de reforma agraria y se olvida a los productores a la vez que se abre la frontera a las importaciones, de soberanía alimentaria y gubernamental y se auspicia el intervencionismo diplomático y la militarización, de derechos humanos y se adecua la ley para violarlos, del libre comercio y solo se da facilidades a trasnacionales, de transparencia institucional y se obstruye el viejo derecho a la información.
Igual que se dice y escribe del estado y educación laica y una y otra vez se acota, tolera y actúa en contrario, de una equilibrada distribución de la riqueza y cada vez más se explota a quienes la generan, de garantías laborales y paulatinamente se anulan, del fortalecimiento del Estado y se contamina y boicotea a sus instituciones de garantía, de igualdades y equidad y se agudiza la discriminación y se criminaliza y margina al diferente, se habla y se habla en un prolongado doble discurso que cada vez más nos intrinca este interminable juego de espejos.
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