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AL VUELO

ROGELIO GUEDEA | Opinión | 01/01/2013

Mesero

Toda felicidad tiene su contraparte, y en descubrirla -así sea a nuestra popia costa- radica la grandeza. Es una cosa de abrir bien los ojos o de aguzar el oído. Esta vez fue más bien un asunto de fijar la vista. ¿Cómo no me había dado cuenta si lo estuve cruzando todo el dia de antier y de ayer? Me pasaba por un lado cuando me alcanzaba un tenedor o una cuchara, cuando me traía un vaso con agua o me reponía el café. Ahí estaba parado, frente a mí, y yo no me había dado cuenta. Pero esta mañana, al llegar al desayunador del hotel, mientras leía una reseña a la biografía de Salinger, lo vi de nuevo. Vi, más bien, sus ojeras hundidas en los ojos, aunque su pelo engominado y bien fajada su camisa blanca en su pantalón negro. La noche de ayer (noche de cena de año nuevo con padres, hijos, hermano y familiares) estaba justamente al pie de mi mesa, mientras yo bebía una copa de vino o tequila, y mientras mis hijos desperdiciaban la mantequilla que le untaban al pan, sin saber -porque a veces uno es un ciego que deambula por una larga calle desolada- que este hombrecito que nos servía -el Mesero- no iba a estar esta noche con su mujer e hijos, sus padres y familiares, esperando el año nuevo con un vaso, al menos, rebosante de cerveza. Nada. En cambio -y parecía que nadie se daba ccuenta- estaba sirviendo a una parvada de desconocidos de muy mala voluntad, que ni siquiera agradecían su pronta sonrisa, y su esfuerzo. Hoy, otra vez, vine al desayunador y lo encontré igualmente aliñado que anoche, presto para darme un café y un panecillo, como si no tuviera un corazón que se cansara y durmiera, como si fuera una máquina tragamonedas que hubiera sido fabricada nada más para mi servicio. Pero como la felicidad tiene su contraparte, pronto caí en la cuenta de que era necesario hacer un alto y desearle, acaso en silencio, la alegría que en mí ya no abunda, y las ganas de vivir que en mí se tambalea a la menor provocación, y también, por qué no, otro mar para este nuevo año que comienza, siempre con un barco carguero entrando en la bahía, tal como ha llegado a esta nueva mañana, en este preciso instante, mi corazón.

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