
Cuerpo y alma
Algunos filósofos se empeñaron en hacernos creer que el espíritu derivaba de lo puramente físico. Digamos de nuestro cuerpo: una mano, una pierna, el esqueleto. Sin embargo, a mí me cuesta creer que la muerte del cuerpo, por ejemplo, precede a la del alma, porque no me cabe en la cabeza la idea de que lo material sea más importante que lo inmaterial, como nos enseñaron desde que éramos niños, incluso en el catecismo. La idea que más me convence es la que nos instruye a la inversa. Esto es: que del espíritu deriva el cuerpo, y que la muerte del alma (ese momento en el que ya ni siquiera nos conmueve una rosa, o un pajarito cantando arriba de un árbol seco, o un atardecer, o un beso) precede a la del cuerpo, de la cual deriva. Muerto el espíritu empiezan a morir, entonces sí, nuestras manos, nuestros labios, nuestros ojos, comienza a secarse nuestra mirada como la cáscara de un mango bajo el sol del mediodía. De ahí que –me aliento así siempre- hay que mantener el alma en ristre, joviales sus pectorales y espaldas, nervudas sus piernas, aguzados sus ojos y fresco su entendimiento. Al menos para que el cuerpo no nos deje a mitad de la carretera y siga su marcha, incluso, a pesar nuestro.
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