Árbol adentro
Allá adentro, en mi frente,
el árbol habla.
Acércate, ¿Lo oyes?
Octavio Paz
La mayoría de los mortales pensamos que no tenemos raíces, pues –se dirá con verdad- no somos árboles. Sólo los árboles las echan, profundas o no tanto, en la tierra. Yo creo, sin embargo, lo contrario. Estoy convencido de que tenemos igual o más raíces que los árboles o plantas, y, en ocasiones, igualmente profundas. O más, según. Sólo que las nuestras se enraízan de otra forma en los seres y los objetos, como las raíces de los árboles lo hacen en la tierra. Ayer tuve que cambiar un pequeño arbusto para colocar en su lugar otro, a decir más frondoso. Me costó sacarlo de la tierra. Cada que metía la pala destrozaba sus raíces, extendidas en todas direcciones, y más hondas de lo que creía. Cuando lo vi de bruces sobre el césped, con las raíces expuestas y las hojillas blancas cerradas hacia dentro, como quien envejeciera prematuramente, no pude menos que pensar en los que –como yo- se tienen que ir o son “arrancados” del país en el que nacieron, aprendieron a caminar y a leer, en el que amaron incluso, y todo eso que significa – como en el caso de los árboles o plantas- echar raíces. Es verdad que uno se va y puede –como los árboles o plantas trasplantadas- echar nuevas raíces, y tirar hacia lo alto para alcanzar las nubes o la lluvia, pero también es cierto que uno podría vivir tristemente recordando las raíces rotas (calles, amigos, ríos) que dejamos en el país y, si esta tristeza no cede, morir o secarse, tal como los árboles o plantas que son arrasados por los ríos que se desbordan o por esos vientos que preceden a las grandes tormentas.
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