COMENTARIO HOMILÉTICO

Administrador Colimapm | Opinión | 23/11/2025

UNIÓN CON CRISTO DESDE ESTE MUNDO PARA REINAR CON ÉL

LC 25,35-43

POR: Pbro. Jorge Armando Castillo Elizondo

Hermanos, hemos llegado al final de este año litúrgico celebrando a Cristo Rey del universo, y puesto que el fin de la historia humana tendrá como resultado el encuentro y la visión de Cristo Señor y rey, ahora lo anticipamos en nuestra liturgia. Las imágenes del rey o del reino parecen no ser tan significativas en el presente, cuando la cultura hodierna nos hace poner en duda de toda estructura piramidal de autoridad y de poder, afirmando que la liberación de toda autoridad es preferible. El reinado de Cristo debe comprenderse en profundidad para que podamos confiar totalmente en su presencia, poder, ayuda y protección.

Es lógico y hasta predecible, que alguien que busque crecer, progresar y ser más en este mundo, que se acerque a aquel que esta en la cúspide del poder para ser ayudado, pero el error y el engaño está en buscar esa ayuda y esa seguridad en el hombre, en la persona, y no en Dios. Algo parecido sucedió en el Antiguo Testamento antes de la instauración de la monarquía. El pueblo de Israel pidió a Dios un rey porque todos los pueblos lo tenían, y ellos querían ser igual a los otros pueblos. Dios les hace ver las consecuencias de ello y no obstante piden un rey. El texto concluye con una frase muy fuerte, dice Dios al profeta Samuel: “no te han rechazado a ti, sino a mí, pues no quieren que yo reine sobre ellos” (1Sam 8,7). El pueblo de Israel se olvidó que su seguridad y su vida dependía totalmente de Dios y comenzó a buscar seguridades sobre este mundo que terminaron alejándole del verdadero fin, Dios.

Hoy, esta mentalidad, una vida sin reglas, sin leyes, sin Dios es propuesta como la mejor vía para salir de los problemas y dificultades, pero no es así, es todo lo contrario. No puede existir una sociedad donde cada quien haga lo que quiera, eso sería un caos, y menos aún, una sociedad donde se excluya a Dios de la esfera humana y social.

La primera lectura presenta el momento en el que el pueblo de Israel proclama a David como su rey y reconoce que Dios le ha elegido y consagrado “Tú serás el pastor de Israel, mi pueblo; tú serás su guía” (2Sam 5,2). El rey David, el rey según el corazón de Dios es imagen y prototipo de Cristo, el verdadero Rey que gobernará el mundo con justicia y rectitud. Cristo descendiente de David y aclamado “Hijo de David” por aquellos que buscaban su favor, nos muestra esa estrecha relación entre el rey y el Rey.

La grandeza del poder de Cristo no le ha sido confiada en algún momento de su vida, sino que toda autoridad y potestad le corresponde desde siempre, siendo el Hijo único de Dios tiene un poder eterno. San Pablo lo resume perfectamente en el himno cristológico de Colosenses: la imagen de Dios invisible, el primogénito de toda la creación […] Todo fue creado por medio de Él y para Él […] Él existe antes que todas las cosas, y todas tienen su consistencia en Él” (Col 1,14.16.17). Si hubiera alguien más fuerte y grande que Cristo lo seguiríamos, pero no lo hay, Cristo no es una opción entre muchas. Pero, tenemos que comprender que el reinado de Cristo no es solamente un reinado espiritual que no tiene implicaciones en la vida terrenal, al contario, la fe y la gracia tienen una fuerte implicación en la realidad porque nos trasforma y nos hace mejores, buenos, justos, como es Dios, y al mismo tiempo, nuestro testimonio y ejemplo hace que los demás gocen de esos frutos.

Cada vez que rezamos el Padre nuestro, hacemos una petición a Dios: “Venga tu reino”, deseando que en la vida se manifieste su poder, que se haga presente y que reine entre nosotros, en nuestros días, en nuestra vida. Por tanto, los creyentes deben luchar contra el “anti reino”, contra aquello que obstaculice, esclavice y oprima a los demás, pero no podemos hacerlo solos, nos fatigaremos y no veremos ningún avance porque es Dios el que nos concederá la verdadera liberación de nuestros enemigos. Un creyente que afirma la realeza de Cristo y afirma vivir en el Reino de Dios, debe cumplir sus mandamientos y sus leyes, debe vivir el Evangelio y debe esforzarse por hacer vida la palabra de Dios, porque sólo así se podrá manifestar en la vida personal y en la de los demás un nuevo respiro, un aire diferente y una trasformación verdadera.