Un árbol
Uno los ve al borde de la carretera, o detrás de una cerca, rodeados de otros árboles ajenos o familiares, o en los camellones de las grandes avenidas, o en ciertas banquetas o jardines de edificios públicos, en parques sombreando los juegos infantiles, o bordeando lagos o canales, o en las faldas de los cerros o en la rivera de los ríos, sin darnos cuenta que también nos recuerdan, guardan una memoria del día que subimos por sus ramas, o les colgamos un columpio, reconociendo nuestro olor, adivinando aquella tristeza que tuvimos, o aquella otra malograda alegría, inclinados a veces para alcanzar la charca, o mirándonos, eso es, mirándonos con sus ojos de largas raíces, como el huanacaxtle que encontré en la vereda del tortugario, pequeño, endeble, pero erguido, solitario en medio de hierbajos infames, y algo en él llamándome, con una rama, con una raíz convertida en viento, y yo acercando mis dos manos, sacándolas de mis bolsillos para asir su tallo firme, una a una sus fibras arrancando de la tierra, para luego colocarlo en el asiento contiguo, con el pequeño ramaje mirando hacia adelante, al fondo de la carretera, el horizonte, ahora sin saber dónde terminaban sus brazos y dónde empezaban mis ramas, fundidos bajo la lluvia, con todas las fronteras derribadas, nosotros dos.
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