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COMENTARIO HOMILÉTICO

Administrador Colimapm | Opinión | 21/09/2025

NUESTRA INTELIGENCIA AL SERVICIO DEL REINO DE DIOS

LC 16,1-13

POR: Pbro. Jorge Armando Castillo Elizondo

El Evangelio de san Lucas nos ha ayudado a  meditar sobre lo importante de acoger del don de Dios que nos salva y también, sobre la importancia de nuestra correspondencia al don de Dios. Además de la humildad y del desprendimiento, como actitudes que nos favorecen el ingreso a la comunión discipular con Jesús, hoy profundizamos sobre la entrega de nuestra inteligencia al servicio del Reino y el saber preferir a Dios por encima del dinero.

El hombre sobre este mundo goza del estar integrado en la sociedad donde ha nacido, es sujeto de derechos y obligaciones y desarrolla su vida formando parte de ésta sociedad e incluyéndose en los diferentes servicios. El hombre trabaja arduamente para ganarse el sustento y en esta acción entran en juego diferentes intereses. Está quien trabaja con fidelidad para ganarse el pan, así mismo, quien ofrece trabajo y ofrece una paga por las obras realizadas, etc., pero en esta relación laboral no todo es bondad y las cosas no son tan sencillas como parecen. En este mundo entran en juego muchas cosas: intereses, ambiciones, responsabilidades y hasta infidelidades.

Nuestra vida cristiana nos invita a vivir en la justicia y en la responsabilidad las propias obligaciones, reconociendo que el propio trabajo será recompensado. Lamentablemente, en ocasiones, encontraremos en este ambiente laboral un panorama nada alentador: rechazos, injusticias, opresión, etc., todas estas realidades en las que Dios no está de acuerdo. Ya lo decía el profeta Amos: “Escuchen esto los que pisotean al pobre y quieren suprimir a los humildes de la tierra, diciendo: ¿Cuándo pasará el novilunio para poder vender el grano, y el sábado para dar salida al trigo, para achicar la medida y aumentar el peso…?” (Am 8,4-5). Esto nos hace pensar que las injusticias dirigidas al pobre no serán descubiertas y que la maldad nunca saldrá a la luz, pero no es así. Las injusticias siempre claman al cielo y tendrán su castigo.

El Evangelio de hoy nos presenta la actitud de un hombre astuto e injusto que acostumbrado a su mala gestión, es acusado y finalmente descubierto: “Lo llamó y le dijo: ¿Qué oigo decir de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no seguirás en el cargo. Se dijo entre sí el administrador: ¿Qué haré ahora que mi señor me quita la administración? (Lc 16,2-3). Lamentablemente cuando el propio error es descubierto, nos damos cuenta del mal que fuimos realizando poco a poco, sin darnos cuenta o siendo insensibles a ello. Este hombre tuvo un tiempo para dar cuentas a su Señor y frente a la imposibilidad de otros posibles trabajos, fue astuto para asegurarse un futuro, haciendo acciones evidentemente detestables, perdonando parte de las deudas a algunos deudores para quedar bien con ellos: “llamando uno por uno a los deudores de su señor, dijo al primero: ¿Cuánto debes a mi señor? Respondió: ‘Cien medidas de aceite.’ Él le dijo: ‘Toma tu recibo, siéntate en seguida y escribe cincuenta” (vv. 5-6). El texto hace una afirmación que nos llama la atención, cuando le dice: “El señor alabó al administrador injusto porque había obrado con sagacidad, pues los hijos de este mundo son más sagaces con los de su clase que los hijos de la luz” (v. 8).

Jesús en el evangelio recalca la actitud del hombre injusto que supo actuar con astucia, la palabra griega es frónesis: prudencia, astucia, perspicacia. De esta manera nos podemos dar cuenta que en muchas ocasiones, para las cosas de este mundo dedicamos tiempo, dinero, esfuerzo, inteligencia, frónesis, etc., tratando de tomar lo mejor y de proveer lo mejor, pero nos olvidamos que dedicar tiempo a las cosas buenas, o como decimos, las cosas de Dios, solemos no poner tanto empeño, y creemos que con dos o tres acciones son suficiente para conseguirnos un bien. Debemos esforzarnos más para lograr cosas mayores. Por ejemplo, en estos días que hemos orado por la Patria es importante no sólo eso, sino que también que cada uno pueda realizar desde sus pequeños o grandes contextos una verdadera renovación, donde se haga presente la verdad, la justicia y el bien. No podremos experimentar la paz de la sociedad si no nos empeñamos en serio. Cada uno de nosotros en construir desde Cristo una sociedad diferente, más justa, más igualitaria, más cercana al necesitado y más al pendiente de su bien futuro, la salvación.

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