
EL ARREPENTIMIENTO HUMILDE NOS LLEVA AL ENCUENTRO CON DIOS
(LC 15,1-32)
POR: Pbro. Jorge Armando Castillo Elizondo
Nuestra mirada se dirige este domingo hacia un aspecto importantísimo del camino de regreso a Dios: la conversión, que tiene como fin la reconciliación y como fruto la alegría. La conversión no es un camino sin fin y sin punto de llegada, es más bien un camino que inicia con el encuentro personal con Dios quien favorece en nuestra vida un cambio de dirección que nos lleva como término a su presencia. El resultado de este encuentro y del proceso de conversión podemos llamarle reconciliación. Aún me atrevería a llamarle “la alegría de la reconciliación”. Alegría para el que pierde y encuentra, alegría para quién recibe y acoge y también alegría para el que regresa y recomienza.
El Evangelio de Lucas nos presenta tres parábolas donde se manifiesta la alegría de haber encontrado lo que se había perdido: una oveja, una moneda y un hijo. Estos pasajes nos presentan considerables elementos para entender ya sea el proceso del pecado (perderse) o del abandono de Dios, así como también, sobre la reconciliación o regreso a Dios.
Quisiera centrar más la atención sobre la tercera parábola, aquella del hijo pródigo. El primer elemento que podemos enfocar es la actitud del hijo más joven, que piensa sólo en disfrutar la vida, no piensa en ninguna cosa que no sea divertirse; el trabajo, la familia, la responsabilidad, el vestido y el pan, etc., no le son significativas. Exige su herencia, (recordemos que la herencia es un bien que es recibido cuando el dueño o los benefactores ya no están). Recibiendo su parte, se va, se aleja y goza de sus bienes. Pero, los bienes se terminan, el dinero se acaba, la belleza se marchita y la salud se pierde. ¡Cuánto nos engaña la autosuficiencia, creyendo que podemos todo sin los demás y sin Dios! El mundo nos arrebata todo lo que con sacrificio o por gracia recibimos. La caída a lo más bajo es solamente una muestra de la opresión y de la esclavitud que se vive interiormente.
Cuando la situación de pecado es insoportable y se experimenta su peso, instintivamente nos llega un remordimiento, que nos mueve a pensar si no habremos fallado. Justo en ese momento sí se valora lo que ya no se posee, puesto que lo que es valioso permanece y continúa a estar allí. En el ejercicio de una verdadera y profunda reflexión la gracia de Dios nos mueve e impulsa a decidirnos, a levantarnos y a regresar. El hijo menor, que decidido se levanta para regresar, piensa en el padre y por tanto prepara su confesión.
El regreso al Padre, se da en un contexto de reconciliación, donde se manifiestan los propios sentimientos. El hijo arrepentido de haber pecado se confiesa y el padre, feliz de reencontrar a su hijo, lo perdona. La grande misericordia que muestra el padre de la parábola es un reflejo de la infinita misericordia de Dios que nos espera, que atiende el momento en que decidamos regresar, porque está dispuesto a devolvernos por puro amor y misericordia todo lo que el pecado nos ha quitado.
El hombre que se decide a regresar a Dios con humildad, reconociendo sus propios fallos, será tocado por la acción trasformadora de la gracia que todo lo reviste, purifica y consuela. No permitamos que los bienes de Dios, ignorados por nuestra autosuficiencia, sean destruidos. No sigamos la voz del mundo que solo nos promete alegrías volátiles y superficiales porque nuestra verdadera felicidad sólo la encontraremos estando en casa, cerca del Padre y de los incomprensibles gestos de amor. En casa tenemos: Cuidado, amor, pan, vestido, vida, alegría. Lejos de casa, lejos de Dios, solo encontraremos: vacío, odio, hambre, desnudez, tristeza y muerte. Decidámonos con firmeza a regresar a Dios y que la reconciliación con Él nos permita seguir gozando de los bienes que nunca debimos perder y que siempre han sido nuestros.
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A partir del Lunes 11 de Abril de 2011
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