
LA ORACIÓN CONFIADA AL PADRE, PERMITE A DIOS ACTUAR EN NUESTRA VIDA
LC 11,1-13
POR: Pbro. Jorge Armando Castillo Elizondo
Después de reflexionar sobre los dos medios en los que se expresa y manifiesta nuestra vida cristiana, la oración y el trabajo (ora et labora), ahora dirigimos la mirada hacia la oración, su importancia, las disposiciones y, sobre todo, el fruto de la oración. Desde pequeños hemos aprendido a orar y nos dirigimos a Dios con la certeza de que nos escucha, aun cuando nuestras oraciones sean sencillas o pequeñas. Pero llega un momento en que la oración debe madurar y debe alcanzar otros niveles, porque la oración cristiana tiende siempre a su madurez.
La oración es el medio para poder comunicarnos con Dios. Si queremos hablar con Dios debemos orar, si queremos presentarle nuestras necesidades, debemos hablarle en la oración y desde la oración. El evangelio de este domingo nos muestra a Jesús orando y dialogando con Dios, al verle los discípulos se sienten atraídos y desean aprender a orar y piden a Jesús que les enseñe a orar. La respuesta de Jesús no es un método, una forma o una acción especifica, les enseña a ponerse en contacto con Dios reconociéndole como Padre. Así como la oración de muchos hombres en el mundo se dirige a Dios, la oración de la Iglesia enseña a sus hijos a dirigirse, no a un ser trascendental únicamente, sino al Padre, al padre Dios.
El contexto de la oración de Abraham, que nos presenta el libro del Génesis, muestra a Abraham preocupado por la futura suerte de sus semejantes que, aunque es evidente su pecado y su lejanía de Dios, no duda en pedir clemencia e interceder por ellos ante Dios. Abraham sabe que la última decisión la tiene Dios, sin embargo, prepara su argumentación e insiste a Dios diciendo: “¡Tú no vas a hacer algo semejante, permitir que el bueno sea tratado igual que el malvado! ¿O es que el juez de toda la tierra no aceptará lo que es justo?” () Abraham insiste y al darse cuenta de que no hay tal cantidad de justos como pensaba, comienza a abajarse, cincuenta, cuarenta, treinta, veinte, diez (v. ). El texto no nos presenta el resultado, lo que quiere mostrar y enseñar es que debemos insistir en lo que pedimos a Dios pensando más bien, en que todo lo puede y en que su misericordia es inmensa, que en las necesidades o dificultades siempre está presente.
Nuestra oración a Dios, así como Jesús nos enseñó, tiene un orden y es una síntesis perfecta de lo que debemos pedir a Dios. Generalmente hay dos ámbitos que forman el contenido de la oración, las realidades de este mundo, las cosas de la tierra y las realidades del cielo, Dios mismo y las realidades celestiales. En la oración debemos comenzar a dar prioridad y el primer espacio a Dios, a lo sobrenatural. Así lo revela Jesús en el Padre nuestro: Reconocer a Dios como Padre, glorificar y santificar su Nombre, pedir que su Reino venga, y que se haga su voluntad. Después de esto, debemos contemplar lo que es más importante sobre este mundo: que su providencia nos dé el pan de cada día, (incluido el pan de la vida que podemos recibir todos los días), invocar el perdón sobre el pecador (yo y los demás), pedir gracia para no caer en la tentación y su fuerza para que seamos liberados del maligno.
Esta oración que por fortuna recitamos todos los días, debe ser confiada y amorosa. Orar y rezar a nuestro Padre, nos debe dar una profunda solidez en nuestra fe. ¡Somos dichosos de hablarle y llamarle Padre! Muchos se contentan con llamarle Dios, Señor, ¡nosotros, en cambio, nos alegramos por llamarle Padre! Y no olvidemos que el maestro de la oración es el Espíritu Santo, y es por medio de él que podemos: orar perfectamente, crecer en la oración y, sobre todo, tener la confianza de que Dios nos responderá. Los hijos de Dios poseen el Espíritu Santo y creen con certeza que el Padre del cielo los escucha, comprende su oración y se apresa a responderles. Por tanto, oremos con mucha confianza a Dios.
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A partir del Lunes 11 de Abril de 2011
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