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COMENTARIO HOMILÉTICO

Administrador Colimapm | Opinión | 06/07/2025

DISCÍPULOS DE JESÚS, RECOMENDACIONES Y FRUTOS DE LA MISIÓN

LC 10,1-12.17-20

POR: Pbro. Jorge Armando Castillo Elizondo

La liturgia durante estos domingos nos ha presentado la importancia del llamado al seguimiento de Cristo y sobre todo las implicaciones y sus consecuencias. Todo llamado esta direccionado a la misión, así como toda vocación tiene un punto de llegada en el servicio a los demás. No existe un llamado sin proyección o sin dirección precisa, es estar con Cristo para ir a los demás y no solo físicamente, sino también espiritualmente. Sería reductivo pensar que sólo los que hacen trabajo material o físico son los verdaderos evangelizadores, también los que desde sus carismas y vocación permanecen en el silencio y desde la oración, están trabajando para que la fuerza de la misión se sostenga en medio de tantas adversidades. Valorar el trabajo apostólico en sus dos expresiones: activo – contemplativo, es fundamental para fortalecer el campo de la misión.

El mayor bien que una persona puede recibir sobre este mundo, no se encuentra sobre este mundo, viene de Dios y tiene como origen a Dios. Los beneficios más grandes vienen de Dios, ese gran beneficio es Dios mismo. El hombre no necesitará nada más porque el cuidado y la ternura de Dios son suficientes para hacerle recomenzar un camino nuevo. En este contexto el Salmo 65 aparece como una respuesta a la acción benéfica de Dios en favor de su pueblo: «Celebremos su gloria y su poder […] los prodigios que ha hecho por los hombres […] llenémonos de gozo y gratitud […] no rechazó mi suplica, ni me retiró su gracia». El camino de la acción benéfica de Dios por la humanidad ha comenzado por Israel su pueblo y ha llegado a su plenitud en la Iglesia para el bien de todo el mundo.

La misión de la Iglesia tiene un centro de donde brota toda su fuerza y su efectividad, ese centro es Cristo. Si cambian las motivaciones de nuestra misión y se alejan de su finalidad última, prácticamente cambian de dirección; por más bien que queramos hacer, si no se tiene como referencia a Cristo, ese bien no será realizable.

Uno de los grandes errores de nuestro tiempo y que tanto mal hace a nuestra vida eclesial es la auto-referencialidad, es decir, tomarse a uno mismo como referencia, modelo, ejemplo y fin de la misión. Nos hemos olvidado que dependemos de alguien, que somos enviados, que somos instrumentos y que el que realiza toda la obra de renovación en el corazón de los demás es Dios. El Evangelio es muy claro cuando dice, «Eligió otros setenta y dos discípulos y los mandó por delante a donde pensaba ir» (Lc 10,1). Si no comprendemos a fondo estas palabras, pensaremos que nosotros somos el fin de la misión, mi persona, mi proyecto, mi mensaje, mis cualidades, etc. pero no es así, todo esto debe ser instrumento para preparar el corazón de los demás para recibir a Cristo. Por ello Jesús en las primeras recomendaciones dice: «No lleven ni dinero, ni morral, ni sandalias y no se detengan a saludar a nadie por el camino» (v.4), desde un punto de vista humano, esto nos haría pensar inmediatamente que la misión será un fracaso porque vamos desprovistos de todo, pero ¡oh realidad!, es justamente así cuando la misión es efectiva. ¡Vacíos de todo, llenos de Cristo! porque si invertimos el sentido, también se invertirá el resultado: llenos de todo, vacíos de Cristo.

Quien se sabe llamado para ser instrumento y no fin, será un buen instrumento en las manos de Cristo para el anuncio de su Reino y si encontrara el rechazo y la negación de parte de sus hermanos, como quiera que sea, ellos tuvieron la oportunidad de parte de Dios para entrar en la vida nueva que por libre iniciativa rechazaron. Alegrémonos por todos los beneficios que Dios ofrece al mundo por medio de Cristo en la Iglesia y valoremos el llamado que nos hace a dar testimonio de su paz, de su alegría y de su gracia para un mundo profundamente necesitado de Dios. El poder encomendado para vencer el mal ha estado siempre con nosotros, solo que no nos hemos dado cuenta. Vaciémonos de todo y de nosotros mismos, para que Cristo pueda llenar en plenitud nuestro corazón.

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