
“DON DE LO ALTO, QUE REVITALIZA NUESTRA IGLESIA Y NUESTRA VIDA”
JN 20,19-23
POR: Pbro. Jorge Armando Castillo Elizondo
Obedientes a la palabra de Cristo, que nos invitaba a esperar el don que viene de lo alto, nos disponemos ahora a celebrar con gozo la solemnidad de Pentecostés. Cincuenta días después de la pascua, la fuerza de Dios viene a su Iglesia para santificarla, renovarla y proyectarla a la misión universal. Dios se hará presente y manifestará su poder y su gracia por medio del Espíritu Santo en medio del mundo. Valoremos la importancia de ser dóciles al Espíritu para permitirle actuar en nuestra vida y por consecuencia en la vida de nuestra Iglesia.
La realización de grandes proyectos en nuestra vida personal, social y eclesial, dependen de un principio o factor, la unidad. Si experimentamos la división en nuestro interior, dentro de lo que pensamos y en lo que decidimos, no encontraremos la fuerza para poder realizar bien alguna cosa. Algo propio de Dios es la unidad, la comunión, y algo propio del mal es la división, el desorden. El mundo nos ha enseñado a valorar la diversidad y la pluralidad en todas las cosas: culturas, religiones, pensamientos, ideas, etc., pero como podemos constatarlo, también se empeña en impedir que estos espacios lleguen a la unidad y a la verdad.
De hecho, la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles describe el día en que el Espíritu Santo fue recibido por los discípulos y nos puntualiza que, en ese momento, estaban reunidas algunas personas de todas partes, de diversidad de razas: “Partos, Medos y Elamitas; los que habitamos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto, Asia, Frigia, Panfilia, Egipto, etc.” (Hch 2,9-10). Pero, sobre todo, el texto recala que los discípulos estaban reunidos: “Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos con un mismo objetivo. De repente vino del cielo un ruido como una impetuosa ráfaga de viento, que llenó toda la casa en la que se encontraban” (Hch 2,1-2). Dentro de esa casa se vivía una experiencia nueva, se vivía en la unidad, había un mismo sentir, una misma fe, esperaban la manifestación del don del cielo; En cambio afuera, todo se organizaba y se vivía de un punto de vista meramente humano.
Será propiamente en un futuro, cuando esos de afuera, los alejados, aquellos que no han oído hablar de Dios, serán los destinatarios del anuncio Evangélico. El texto de los Hechos subraya la sorpresa de todas las gentes al escuchar a los discípulos en su propia lengua: “los oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios” (Hch 2,11). Considero que aquí está una parte importante del mensaje: –las maravillas de Dios– es el contenido del anuncio misionero de la Iglesia. No pretendemos enseñar cosas a las que por naturaleza todo hombre puede llegar por el propio esfuerzo, no queramos descubrir caminos a los que, por propio logro, cualquiera podría encontrar; la particularidad del anuncio de la Iglesia naciente es: hablar de Dios y de sus maravillas, proyectados por la fuerza y la unción del Espíritu Santo.
Es la encomienda de la Iglesia hablar de aquello que se desconoce y que por ningún otro camino podrían intuir y recibir: Dios, su vida íntima y sus dones. La revelación de Dios en su Hijo y con Él, el don del perdón y de la misericordia, es una grande novedad que el mundo debe conocer. No olvidemos que la palabra de Dios reúne, transforma, nos hace comprender y nos conduce al bien; las palabras del hombre, en cambio, son engañosas. El Espíritu concede a la Iglesia y al mundo del don de la unidad, pero es necesario que antes, ya se comience a trabajar por la unidad; recordemos que antes que el Espíritu se manifestara, ellos estaban ya reunidos y congregados en nombre de Cristo. Debemos trabajar y empeñarnos por lograr esa unidad desde la oración, porque sólo en, y desde la oración, nos dispondremos a recibir con plenitud el Espíritu de Dios. Que la luz del Espíritu disipe las tinieblas del pecado y del error que cubren la tierra, para que el hombre liberado finalmente de estas ataduras y esclavitudes, comience un camino nuevo, donde reine la gracia, la justicia, paz y la alegría.
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A partir del Lunes 11 de Abril de 2011
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