
EL CUMPLIMIENTO AMOROSO DE SU PALABRA, NOS HACE MORADA DE DIOS
JN 14,23-29
POR: Pbro. Jorge Armando Castillo Elizondo
Nos estamos acercando al término del tiempo pascual y el Evangelio de san Juan, nos presenta en el discurso de despedida de Jesús, una grande revelación. El breve texto que escuchamos, además de mostrarnos en concreto la observancia de la palabra de Cristo, el don del Espíritu Santo y, finalmente, el don de la paz, nos hace descubrir una figura central en este itinerario, la revelación del Padre. En el texto aparecen cinco alusiones a la palabra Padre (14,23.24.26.28 x2). Dios Padre es el centro de toda la acción de Jesús, es el origen, el principio, del cual todo procede y a quién todo se dirige y orienta. Cristo tendrá que volver al Padre después de su resurrección para indicarnos que Él es el término y la meta de nuestro peregrinar.
El amor a Cristo no puede reducirse a expresiones de afecto, sino que debe concretizarse también en las obras, en la práctica y en el cumplimiento de su voluntad. Recordemos el mensaje del Evangelio del domingo anterior: “Les doy un mandamiento nuevo, que se amen…”. Hoy, en cambio nos dice: “Si alguno me ama, cumplirá mi palabra”. El objeto propuesto para ser observado no es ya un mandamiento sino su Palabra. Esa palabra contiene todo lo que Jesús nos enseñó: sus mandamientos, sus consejos y su mismo ejemplo. Es necesario que su palabra sea cumplida por amor. El amor de hecho, es una realidad que, para que exista, debe tomar forma, debe ser visible y concreta y tiene como consecuencia la realización de algo: “Observará mi palabra”. El texto invita a cumplir, a observar y poner en práctica la palabra, pero motivados por el amor. El amor es un principio que abre y dispone a la manifestación de una realidad nueva que, en este caso, es la manifestación del amor de Dios y su entrega. En el cumplimiento que damos o hacemos de su palabra se demuestra el tipo o el nivel de amor que tenemos a Cristo. Si no nos esforzamos en cumplir su voluntad demostramos que es poco y débil el amor que le profesamos.
En nuestros días, el cumplimiento de los mandamientos parece ser algo fuera de tiempo o de moda, algo que no tiene importancia. Pareciera que el cumplimiento de la palabra de Cristo vuelve a resonar dura y difícil de cumplir, pero, no es así. Hay dos elementos que han orillado a esta concepción negativa de la voluntad divina manifestada en la ley y en la palabra de Cristo. Primero, el abandono del lenguaje religioso, no se habla más de Dios y, por tanto, sus palabras ya no resuenan ni en la mente, ni en el corazón. Cada vez son menos los que hacen un espacio en su vida para hablar de Dios y con Dios. Segundo, el desconocimiento del Dios vivo presente en nuestra vida. La palabra que Cristo nos ha dejado, será el instrumento que nos permitirá conocer al Dios vivo; de hecho, el fruto del aplicarse en el cumplimiento de la palabra, será la correspondencia del amor del Padre. Así como un padre se alegra en ver a sus hijos cumplir obras buenas, el Padre del cielo se alegra y toma como morada el alma del que cumple su voluntad: “Vendremos a él y haremos en él nuestra morada” (v. 23). “El Verbo (palabra) se hizo carne y puso su morada entre nosotros” (Jn 1,3). El corazón de quién amando, cumple la voluntad de Dios reflejada en las palabras de Cristo, se trasforma en templo, lugar y morada de Dios: Ubi caritas et amor Deus ibi est “Donde hay caridad y amor allí está el Señor” Y de igual manera, podemos afirmar que, donde no se cumple la voluntad de Dios, ni su palabra, hay ausencia de Dios.
En este sentido, es el Espíritu Santo el que nos ayudará a poder amar a Dios como lo espera y hará de nosotros morada de Dios. El don del Espíritu será quien nos recordará y enseñará todo lo que Cristo nos ha dicho, es decir, sus palabras. Lamentablemente, en la actualidad, podemos correr el riesgo de tomar decisiones equivocadas si no consideramos la iluminación del Espíritu y la palabra de Cristo como criterio de discernimiento, aun cuando estas decisiones nos parezcan acertadas.
Por tanto, la voz de la Iglesia hoy no debe ser otra que la voz de Cristo que es recordada y reafirmada por el Espíritu Santo y proclamada por quiénes saben que no caminan solos, sino que reconocen que son casa de puertas abiertas y de columnas firmes para aquél que busca a Dios. Esta es la grandeza de quién ha creído en la palabra y ha sido dócil al Espíritu, quien dirige la barca hacia el Padre, al origen y principio de todo.
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A partir del Lunes 11 de Abril de 2011
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