El maestro del pueblo
En los pueblos olvidados como éste siempre hay un profesor. El profesor del pueblo. El Maestro. El nuestro vive frente a esta humilde casa. Para hacer su personalidad aún más espectral, el maestro tiene un puesto de revistas y, así yo lo creía, una librería. Lo creía porque desde que llegué aquí vi libros doctos debidamente acomodados en un viejo librero a espaldas del mostrador. Hace un rato crucé la calle y entré en su negocio para ver si compraba uno. El Maestro me dijo: esos son mis libros personales, que leo y releo en mis horas de ocio, y esto lo dijo con una voz gutural, alzando la ceja izquierda. Estiré el pescuezo y alcancé a ver algunos títulos. En efecto, había algo de Martín Luis Guzmán, algo de Azuela (creo que Los de abajo), algo incluso de Reyes (algunos tomos de sus obras completas publicadas por el Fondo de Cultura Económica). Maestro, le dije: ¿cuál me recomienda?, y recorrí de un plumazo la hilera de libros. ¿De estos?, preguntó. Sí, el que más le guste. Ahora verás, dijo el Maestro. Se dio la media vuelta, estiró la mano y la metió entre los libros, escarmenando. Saco uno de una pila que estaba detrás de la hilera que hacía de fachada y lo dejó caer en el mostrador: El libro era Un grito desesperado, de Carlos Cuauhtémoc Sánchez. No te vas a arrepentir, sentenció. Sentí un ligero mareo, pero me repuse. Estiré las comisuras y dije gracias, partiendo sin ganas de volver la vista atrás.
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