
EL AMOR DE CRISTO FORTALECE Y PERFECCIONA NUESTRO AMOR
(JN 21,1-19)
POR: Pbro. Jorge Armando Castillo Elizondo
La presencia de Cristo resucitado en el tiempo de Pascua tiene la finalidad de renovar, fortalecer y alentar a sus discípulos en la nueva manera de entender su presencia entre nosotros. Las apariciones de Cristo no son solamente manifestaciones estáticas sino todo lo contrario, son presencia real que trasforma, integra y proyecta la vida de sus discípulos. El domingo de la misericordia nos mostró la perfección de la fe: “no seas incrédulo sino creyente” (Jn 20,27), que se fundamenta para nosotros hoy en su Palabra y en su presencia eucarística. Este domingo nos mostrará la perfección del amor en las preguntas dirigidas a Simón Pedro: ¿me amas?
La presencia de Cristo orienta el nuevo caminar de los discípulos y da continuidad a su obra realizada. El Evangelio de este domingo nos presenta en pocos versículos una síntesis de la misión que Cristo realizó junto con los doce. El texto de la aparición del Resucitado en la orilla del mar de Tiberiades, nos recuerda aquella pesca milagrosa cuando Jesús acababa de predicar a la multitud junto al lago de Genesaret desde la barca de Pedro, y que nos trasmite el evangelio de Lucas: “Maestro, hemos fatigado toda la noche y no hemos pescado nada; pero, en tu palabra, echaré las redes” (Lc 5,5). La respuesta de Pedro ante el milagro fue: “Aléjate de mí, Señor, que soy un pecador” (v.8). En cambio, en la aparición del Resucitado, sólo la palabra de Jesús llega a los discípulos que no habiendo pescado nada lanzan las redes a la derecha por indicación de aquella voz desconocida. Jesús no está con ellos en la barca de Pedro, sino que, en la orilla, le prepara una nueva barca (la Iglesia), que Pedro tendrá que dirigir. El milagro es tan evidente, que inmediatamente Juan reconoce que es el Señor. Recordemos que el Amor hace entender los signos de Dios, los signos de su presencia y de su acción.
Una segunda actitud de Cristo resucitado es la continua preocupación por sus discípulos. Estando a orilla del lago les pregunta si tenían algo de comer, cuando Él mismo ya había preparado el pescado y el pan sobre las brasas. Que agradables son estas anticipaciones que lamentablemente la costumbre y el tiempo nos hacen ver tan normales. Dios se anticipa a remediar nuestras necesidades aún antes que nosotros nos preocupemos por ellas. Pero, cuando es el momento del encuentro, nosotros también debemos acercar a Dios de lo mismo que Dios nos ha permitido obtener. Que grande trasfondo para entender el encuentro con Cristo en la Eucaristía. En ella, Dios se anticipa a nuestra necesidad y hambre cuando nosotros le presentamos “los mismos dones que nos ha dado”, para que pueda realizarse primero la presencia y luego la comunión. No olvidemos que el amor siempre nos hace anticiparnos.
Después de que los discípulos han gustado de la compañía de Jesús resucitado, ahora serán testigos de la encomienda más importante que hará a Pedro y con él a cada uno de ellos. “Después de haber comido, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?” (v.15). Jesús pide que Pedro le profese por tres veces su amor, así como por tres ocasiones le negó, ahora tendrá que cancelar ese recuerdo con la profesión de su amor. Es significativo que Cristo pida un amor total: “más que estos, más que todo, más que a ti mismo”. El amor de Pedro por Cristo será el fundamento de su autoridad en medio de la Iglesia. Esto podemos constatarlo ahora que nos disponemos para la elección de un nuevo Papa para guiar a la Iglesia. Sin el verdadero amor de Dios en el corazón del discípulo, todo lo demás es frágil, se pierde, se dispersa. Un consagrado que no ama de verdad a Cristo, no puede apacentar su rebaño, ¡sería algo absurdo solo el pensarlo! Sin embargo, un consagrado que ama verdaderamente a Cristo continuará la misión encomendada, con la certeza de que Cristo está cerca.
Es muy significativo que al final del texto del Evangelio de este domingo, después de anticipar la su suerte futura de Pedro, Jesús le dice: ¡Sígueme!, las mismas palabras que le había dicho en el momento en que fue llamado. Ahora comienza un nuevo recorrido, donde el Amor sincero y verdadero a Cristo será su única y total motivación. Podría deducirse que la primera encomienda de Pedro es la de Amar a Cristo y después la de apacentar su rebaño. Nuestro encuentro con la ternura de Dios, con su preocupación y con su cercanía nos debe mover a vivir más confiados en su amor y a hacer todo lo que esté en nuestras manos para corresponder con sinceridad a su amor.
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