“PARÍS, BIEN VALE UNA MISA”
Con el calor de las elecciones internas que lleva a cabo la Universidad de Colima para elegir a su próximo Rector o Rectora, de uno de ellos, de uno de los siete que finalmente se inscribieron el sábado pasado en el Archivo universitario, entre sonrisas nerviosas y seriedades forzadas escuché esa frase que ya había oído antes y que yo atribuía a un Rey; más investigando encontré la anécdota, misma que ya analizada se ajusta casi fiel a quien el 18 la dijo a mis espaldas, comparto las circunstancias históricas rogándoles que sean ustedes quienes saquen su conclusión sobre quien la pronunció.
Enrique de Borbón, fue rey de Navarra con el nombre de Enrique III de Navarra entre 1572 y 1610 y de Francia como Enrique IV de Borbón, entre 1589 y 1610, el primero de los Borbón en dicho país, conocido como Enrique el Grande o el Buen Rey, además de copríncipe de Andorra. Tras la muerte de Carlos IX asumió el trono su hermano Enrique III, católico como su antecesor, pero la muerte de Francisco de Alencon en 1584, hermano y heredero del rey, convirtió a Enrique III de Navarra en el legítimo heredero de Francia, lo que Enrique III de Francia, el católico, debió admitir, pues sus hermanas estaban fuera de sucesión por Ley.
En cualquier caso, el 30 de abril de 1589 se reconcilió con Enrique III de Francia, quien le reconoció como su sucesor, y por lo tanto se convirtió en heredero de la corona francesa. No obstante el protestantismo de Enrique llevó a la que sería conocida como la Guerra de los Tres Enriques. Enrique I de Guisa se negaba a que Francia fuese gobernada por un “hugonote”, así que Enrique III, sin más y pragmático como era, lo mandó asesinar temiendo el poder de éste. La perspectiva de tener un rey protestante era inaceptable en Francia y más para el grupo dominante, el partido católico o llamada Liga Católica.
Al poco tiempo, el rey es asesinado también en venganza por el asesinato de Enrique de Guisa. La muerte de Enrique III de Francia el 2 de agosto de 1589 hizo recaer formalmente la corona francesa sobre la cabeza de Enrique de Navarra, pero sólo fue reconocido como rey por los hugonotes. La Liga Católica, el Papa y Felipe II de España se negaron a reconocerlo como rey de Francia en razón de su adscripción al protestantismo y propusieron al cardenal Carlos de Borbón (que reinaría como Carlos X de Francia).
En tales condiciones, la Liga -reforzada por la ayuda de España- lo obligó a retirarse del trono, hacia el sur del país y a convencerse de que tendría que acceder al trono por la fuerza de las armas. Aunque los protestantes consiguieron significativas victorias, Enrique no pudo tomar París ante el frente español al mando de Alejandro Farnesio. Sin embargo, y aquí está la clave, la intervención de Felipe II de España en asuntos franceses, además de oponerse totalmente a que un protestante ocupara el trono francés, deseaba que su hija accediera al trono, ya que era nieta de Enrique II de Francia, sobrina de Francisco II de Francia, Carlos IX y Enrique III.
Con esa perspectiva personal dividió a la Liga católica, facilitando a Enrique de Navarra, el hugonote, el acceso efectivo al ansiado trono francés, pero eso sí, con la condición de que abjurara, una vez más, del Protestantismo sin que éste de momento lo aceptara, actitud que tuvo que repensar, pues tras infructuosos esfuerzos, no logró hacerse de París y, en un acto de ejemplar realismo político, muy a modo con las condiciones actuales y accediendo a la exigencia del rey de España, dio ese paso, según consignan, el 25 de julio de 1593 convirtiéndose definitivamente al catolicismo, momento en que se le atribuye la célebre frase: “París bien vale una misa” o “Paris vaut bien une messe”. ¿De los 7, quién la dijo?
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